Altimetrías

Puerto de las Palomas por Cazorla, de Guadalquivir a Guadalquivir.

Estado del firme:***

Dureza:**

Volumen de tráfico:****

Consejos y sugerencias: muy a tener en cuenta que se trata de la principal carretera de acceso al Parque Natural de las Sierras de Cazorla, Segura y Las Villas (ya que por ella se accede desde el pueblo de Cazorla) y que soporta un considerable volumen de tráfico, principalmente en período vacacional, que es cuando el número de visitantes a la sierra se multiplica. Por lo demás, muy recomendable tanto este puerto como el vecino ascenso al Parador de Cazorla, por no hablar de las demás carreteras de las Sierras de Las Villas y de Segura que pueden encontrar en esta misma web.

Hermosas vistas desde el mirador del puerto de las Palomas con la Sierra de Segura en lontananza.

El ascenso al jiennense puerto de Las Palomas, nos lleva prácticamente de ribera a ribera del Guadalquivir, pues vamos a iniciar la subida no muy lejos de Santo Tomé, que se encuentra a las orillas del río, y la vamos a coronar a poco más de siete km. del puente que lo cruza y sirve de inicio para la vertiente Este del puerto en pleno Parque Natural.

Y es que el río, desde su nacimiento -cuya ubicación en los últimos lustros se ha puesto en tela de juicio y que los expertos ahora sitúan en las fuentes del Guadiana Menor, en la provincia de Granada- se encajona en un profundo valle en dirección norte hasta ser retenido en la presa del Tranco de Beas para, desde allí, encontrar salida hacia las inmediaciones de Villanueva del Arzobispo y girar al Sur rodeando la Sierra de las Villas camino de Mogón y Santo Tomé. Así pues, el río traza en su curso una gran U invertida que nos va a permitir unir valle con valle, desde las lomas preñadas de olivos de la campiña hasta los pinares de repoblación de la Sierra de Cazorla.

Inicio del puerto al cruzar el puente sobre el Cañamares. A la derecha unas ruinas que sirven para localizar el emplazamiento.

Se trata de una ruta larga, de 21 km. desde que nos decidimos a iniciar la altimetría, a unos 9 km. de Santo Tomé para ser más concretos, al paso del río Cañamares, en un punto fácilmente reconocible a la vista por la presencia de unas ruínas a la derecha de la carretera, una vez cruzado un pequeño puente.

Es a partir de aquí donde la carretera muestra claramente llevar dirección ascendente (aunque sólo sea durante un primer kilómetro, ya que luego continuará falsollaneando durante varios kilómetros más, con repechos y descensos incluidos).

En medio del denso olivar se distingue la vegetación riparia.

El olivar domina todo aquello que se aleja de los cauces del río de la Vega, que vamos remontando, y demás arroyos que confluyen en él por ambos márgenes, siendo que los propios cauces abundan en vegetación riparia, vegetación que aporta colorido y variedad a la rígida y ordenada monotonía del olivar.

Al fondo, sobre vasto olivar, se alzan la Sierra de Cazorla y Cazorla misma, blanquísimo caserío, marcando el límite entre el medio rural y el medio natural. Entre las crestas que flanquean el caserío, a nuestra derecha, destaca ligéramente la cima del Gilillo, picacho cuya cumbre corona por encima de los 1.800 m. de altitud.

Cazorla incrustada en la montaña.

Pasado un arroyo, un cartel de 8% de pendiente nos pone sobre aviso. De momento será algo puntual y la pendiente volverá a bajar, incluso disfrutaremos de algún descenso más, pero enn el sexto kilómetro de ascenso el aumento de la pendiente será palpable, aunque falto de continuidad, mientras que en las inmediaciones de Cazorla la rampa termina de dispararse.

Es así como el pueblo nos recibe con varias rampas de doble dígito mantenidas y que alteran nuestro respirar durante varios cientos de metros. Para ser un puerto tan tendido, en su conjunto, esta inesperada cuesta no está nada mal.

Rampas a la entrada de Cazorla.

Pronto abandonaremos la A-6204, por la que rodamos desde Santo Tomé, para tomar la A-319, que nos va introducir de pleno en el Parque Natural, mas aún antes hemos de atravesar el pueblo y, por si no fuera poco, lo vamos a hacer por un atajo que, de nuevo, nos volverá a sorprender por su dureza.

Así, tomamos un cruce en herradura a izquierdas y ya nos tenemos plenamente en la travesía de Cazorla, donde precisamos detenernos durante unas largas líneas:

Cazorla hunde sus raíces en el neolítico, pues la primera presencia humana en el entorno del río Cerezuelo data aproximadamente de hace unos 4.000 años. Sabemos que los romanos explotaron la riqueza minera de estas sierras (que no en vano recibieron el nombre de Mons Argentarius, «Monte de Plata» dicho en román paladino) y alguna huella de su presencia ha aparecido en el casco antiguo de una ciudad que, sin embargo, encontró su máximo esplendor durante la Edad Media, ya que fue zona de especial importancia durante el período de Reconquista en lo que se dio a llamar Adelantamiento de Cazorla. De época musulmana, aunque reconstruida posteriormente por los cristianos, es el Castillo de la Yedra, la prominente fortaleza que preside la ciudad desde el cerro de Salvatierra y que actualmente alberga el Museo de Artes y Costumbres Populares del Alto Guadalquivir. En peor estado -aunque de factura ligeramente posterior al anterior-, a mayor altura y apartado del casco urbano se encuentra también el Castillo de Salvatierra (o de las cinco esquinas).

Travesía por el pueblo.

Pero probablemente el monumento de mayor transcendencia artística de Cazorla sea la Iglesia de Santa María, de corte renacentista, en estado ruinoso, aunque muy probablemente inacabado. En sus elementos se ha querido ver la mano del maestro Vandelvira (o, en su defecto, de sus discípulos). Para su construcción se llevó a cabo la canalización del río Cerezuelo y su cubierta mediante bóveda de cañón, sobre la cual, se edificó el templo, constituyendo una auténtica singularidad el hecho de que el mismo se levantara sobre un río.

Además de lo ya mencionado, el casco urbano de Cazorla cuenta con iglesias, palacios, conventos, caserones que conforman un conjunto hisórico-artístico de excepcional belleza y que viste sus mejores galas durante la celebración de un nutrido ramillete de eventos culturales, entre los que queremos destacar las fiestas religiosas: las romerías, la feria y las Fiestas en honor al Cristo del Consuelo; y, por otra parte, los festivales internacionales de teatro y de blues, que tienen su origen a finales del pasado siglo.

Aunque, además de lo mencionado, podríamos haber optado por regalarnos unos instantes de turísmo gastronómico -que es una de las mejores excusas que hemos encontrado para montar en bicicleta-, de no ser porque, ya metidos en harina, siempre gustamos de hornear el pan antes de probar bocado.

Así que, -y dejando el yantar para el regreso- tal y como decíamos unas cuantas líneas más arriba, vamos a tomar un atajo de manera que, justo al salir de una herradura a derechas, giraremos a la izquierda por el Camino Viejo de Tramaya y, a continuación, nuevamente a la derecha por la calle del Enebro.

La imagen no engaña: nuestro atajo nos lleva por empinadas rampas. Esta alcanza el 20% de pendiente máxima.

Será esta calle la que nos pondrá en mayores dificultades, sobre todo al torcer una curva a derechas en que la pendiente alcanza el 21%. Apenas ceja la cuesta que, en la siguiente curva, sigue al 17%. En semejante trance casi no tenemos tiempo de observar el entorno, más que para percibir -justo en un breve respiro- que circulamos por lo que nos parece una zona de nueva expansión del pueblo y que esta calle debe ser algo similar a una suerte de circunvalación. Acto seguido, un nuevo rampón dispara la pendiente nuevamente hasta el 20% y, al punto, volvemos a empalmar con la A-319 ya fuera del casco urbano de Cazorla. La variante escogida ha sido corta, pero intensa, desde luego y, de camino, hemos evitado el tráfico interno del pueblo.

Desde este punto el puerto no nos va a plantear mayor dificultad que la de ir sumando uno tras otro los kilómetros restantes hasta el total de 21 de que consta hasta su cima. Pero nos encontramos ya en una zona bastante elevada sobre el valle, con el profuso olivar a nuestros pies y aun todavía a la vera de la carretera, que se dispone a culebrear a media ladera marcando, aún durante algunos kilómetros, la franja entre la zona de cultivo y el bosque, pero ganando en belleza kilómetro a kilómetro, sobre todo al salir de La Iruela, que es la siguiente localidad que vamos a atravesar, vecinísima a Cazorla.

El castillo de La Iruela domina la villa.

Y si en Cazorla hablábamos de castillos, de castillo hablaremos en la Iruela también, tan a la vista desde la carretera que llama la atención de quienquiera que transite por la población. El lugar fue ocupado muy pronto por los musulmanes que, una vez adentrados en la península, no tardaron en organizarse para trabajar el terreno y defenderlo: en época almohade se fecha el castillo, aunque en el s. XIII, ya reconquistado, los cristianos ejecutaron importantes remodelaciones, entre las que destaca la erección de la torre del homenaje.

Ubicada dentro del recinto amurallado, como si se tratase del untuoso licor que embriaga la esencia de un bombón, sobre los restos de un templo cristiano aún más antiguo, nos extasia la presencia inesperada de la Iglesia de Santo Domingo. Su estado ruinoso -sobre todo tras la guerra con los franceses- no hace sino conferirle un cierto regusto romántico y, desde luego, achispar nuestra imaginación elucubrando cómo serían sus perdidas cubiertas, cómo sus bóvedas ahora desmoronadas, cuánta la finura de los ornamentos con que otrora el templo hizo palidecer los austeros lienzos del fuerte que le da cabida. Si mencionamos que la obra es renacentista y que se halla en la provincia de Jaén, lo habitual es que se piense en la mano del maestro Vandelvira para su ejecución, pero la atribución de la misma al afamado arquitecto o a su escuela no es tenida por segura.

El entorno se va volviendo paulatinamente más agreste.

Una vez que dejamos atrás las travesía de La Iruela, el entorno se vuelve más agestre, alternándose el bosque con el olivar, a la par que nos adentramos en un terreno de falso llano, incluso de descenso durante algo más de un kilómetro, para volver a retomar el ascenso tras una vaguada a izquierdas, siempre de forma suave hasta las inmediaciones de Burunchel.

La escasa pendiente invita a acelerar el ritmo, aunque hemos de advertir que con frecuencia nos preocuparemos más por el tráfico existente que por nuestra propia marcha.

Burunchel es la puerta de acceso al Parque Natural.

Sin demasiado esfuerzo, casi devorándolos, recorremos los kilómetros que nos llevan hasta Burunchel, pedanía de La Iruela. Ya poco antes de la población notamos que la pendiente vuelve a inclinarse ligeramente y así será, a la postre, hasta el final, pues la media docena de kilómetros que restan hasta la cima se situarán en el margen del 4-6% de media, sin estridencias ni rampas de exigencia mantenida.

Burunchel, puerta de entrada al Parque Natural, es bien conocido de los lugareños por su rica gastronomía local, por lo que aún sentimos la tentación de culturizarnos, culinariamente hablando, con mayor fuerza que unos kilómetros atrás. También podemos atribuirle su porción de culpa a una ligera sensación de hambre, pues contamos ya por una quincena los kilómetros recorridos desde el inicio del puerto.

De la historia del emplazamiento, poco se sabe: un antiguo poblado romano en las cercanías y menciones, con distinto nombre, en documentos medievales, sobre todo haciendo referencia a San Julián (cuya ermita parece obra renacentista) que, en cualquier caso, se trataría de la zona más antigua de la población.

Al salir del pueblo la carretera, cada vez más pintoresca, gana también en belleza.

Y será a la salida de Burunchel, precisamente, cuando empecemos a disfrutar realmente de este puerto cuyos primeros 15-16 km. acumulan longitud y cierto desgaste, siendo sus últimos cinco kilómetros, con mucho, los de mayor belleza. Atravesaremos una barrera junto a una garita, un antiguo control de acceso al Parque Natural, donde antaño los guardas forestales tomaban registro de los vehículos que accedían por esta vía.

La primera de tres herraduras finales.

Al pasar la barrera, la carretera nos parece más estrecha: tenemos la extraña sensación de comenzar un nuevo puerto, un nuevo ascenso. Los característicos malecones de mampostería -que en su homónimo puerto gaditano lucen completamente blancos y aquí alternan la cal con la piedra vista-, cada vez más frecuentes, aportan vistosidad al trayecto. El bosque mediterráneo y el pinar logran imponerse, por fin, en el paisaje cercano dejando ladera abajo y hasta donde la vista alcanza un océano de olivos en que las lomas dibujan el oleaje.

Albergamos, pues, una más grata sensación de estar transitando una carretera de montaña y, al punto, una preciosa herradura, la primera de tres, viene a confirmar nuestra impresión. Lo único que no varía es la pendiente, siempre suave, grata al cicloturista que más que un reto ciclista busca el mero disfrute que su bicicleta le puede aportar sin excesivo esfuerzo físico.

Burunchel abajo. Atrás, a lo lejos, La Iruela y Cazorla.

Al torcer la herradura la carretera se convierte en una larga balconada desde la que asomarse para contemplar las vistas cuando clarea la arboleda. Así, gozamos de magníficas panorámicas sobre Burunchel, La Iruela y, solapado a este último, Cazorla. Y las crestas de las montañas vecinas. Y el olivo  siempre…  siempre, el olivo.

Rato ha que intuimos que el largo camino hasta la cima del puerto está a punto de llegar a su fin, pero a fe nuestra que no, que todavía no llega el momento. Incluso la distancia entre las herraduras es enorme, por lo que pese a la velocidad que somos capaces de imprimir a nuestros pedales, desarrollamos la errónea sensación de que avanzamos muy lentamente.

La penúltima herradura, uno de los puntos más escénicos del puerto antes del kilómetro final.

La segunda herradura, precisamente, es en nuestra opinión el punto más hermoso del puerto, a excepción del kilómetro final, que no tiene desperdicio alguno.

La curva, trazada por el exterior, es un mirador natural hacia el valle, casi a 1.100 m. de altitud, que nos permite dirigir nuestra mirada hasta donde la interrumpen súbitamente las altas cumbres de la Sierra Mágina.

Intuimos el collado, aunque la baja pendiente propicia que la distancia sea mayor de lo que cabe esperar a simple vista.

Al torcer la curva se intuye también el collado, pero aún restan más de dos kilómetros para alcanzarlo y, aunque en ese momento nos pueda sorprender, todavía falta por trazar una última herradura. Y es que, con pendientes tan bajas se tarda lo suyo en ganar desnivel y, además, el puerto se va a coronar varios cientos de metros después del collado.

El puerto natural, donde el mirador del Paso del Aire. Aún quedan varios cientos de metros hasta alcanzar la cima.

En éste se ubica el mirador del Paso del Aire, desde donde a nuestra izquierda gozaremos de la visión sobre la Sierra de Cazorla Segura y Las Villas, mientras que a nuestra derecha de la zona de lomas que venimos observando desde todo el ascenso previo del puerto. A un lado valle del Guadalquivir y valle del Guadalquivir al lado opuesto. También encontramos un antiguo cartel del puerto en madera, casi una reliquia. No será el único en enstas sierras.

El lugar, en definitiva, merece una parada sin prisas, aunque a nosotros la baja posición del sol nos apremia a poner fin a nuestra ruta.

Coronado el collado en la cuerda montañosa que desde el nacimiento del río corre en dirección norte hasta la presa del Tranco, aún nos restarán, como decíamos, unos últimos 500 m. de ascenso hasta coronar el puerto.

La grandeza de la montaña jienense.

Medio kilómetro que vamos a recorrer anonadados, olvidándonos de los más de 20 km. que acumulan nuestras piernas, contemplando la grandeza de estas sierras y su sobrecogedora belleza. El punto más alto de la carretera lo vamos a alcanzar unos metros antes del mirador que lleva el nombre del puerto. Allí una última parada es absolutamente obligada antes de ser engullidos, de nuevo, por el valle y su vegetación.

Desde los más de 2.000 m. de altitud del Cabañas al sur hasta el emblemático Yelmo al norte, toda la Sierra de Cazorla se desnuda sin tapujos ante nuestra atónita mirada y, si la suerte acompaña, algunas de las rapaces que habitan estos parajes nos mostrarán altaneras quiénes son las verdaderas señoras de los cielos que alumbran las fuentes del Guadalquivir.

GALERÍA FOTOGRÁFICA.

Mapa:

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