Altimetrías

La Cubilla, infanta de Las Ubiñas

Estado del firme:***

Dureza:***

Volumen de tráfico:*

Consejos y sugerencias: si tienen el buen gusto de escoger La Cubilla como uno de sus destinos ciclistas en Asturias, no cometan el desatino de obviar el parte meteorológico… Si el día no es propicio, mejor buscar otro momento. Lo que sea por no perderse semejante espectáculo para la vista.

Difícil no sucumbir ante los encantos de los «Alpes Tuizos».

Cuantitativa y cualitativamente los puertos asturianos copan sin discusión casi cualquier ranking nacional con varios ejemplares que, por supuesto, también podrían engrosar listados a nivel europeo. Si, además, queremos colocar nuestra lupa en el Principado para examinar entre un ramillete, un florilegio bien escogido de entre todos esos ascensos astures, lo más probable es que nos resulte complejo escoger uno solo que sea sin lugar a dudas el más hermoso de todos.

Paisaje de ensueño, de cuento de hadas en los kilómetros finales del puerto de la Cubilla.

Ahora bien, de lo que estamos seguros es de que La Cubilla -nos declaramos enamorados de ella a primera vista- estaría en cualquier antología, pues quienes la conocen, nunca la dejan en el olvido, antes bien, la citan siempre entre sus subidas favoritas, si no la que más; mientras que quienes no la citan es simplemente porque no la conocen. Y quizás ahí resida el hándicap de esta joya, ya que el gran público, el aficionado mayoritario, habitual consumidor de ciclismo en televisión, aún no ha reparado en su existencia, toda vez que su cima todavía no ha sido hollada por carrera profesional alguna.

A día de hoy esta gema sigue siendo patrimonio exclusivo del cicloturismo.

Dejémosla, por el momento, aguardando su puesta de largo -que tarde o temprano llegará- y gocemos, mientras tanto, de la niña de nuestros ojos: la infanta de las Ubiñas o, como alguien la denominó maravillosamente, “la dama alpina asturiana”.

El punto de partida de la carretera que remonta el Valle del Huerna es Campomanes. Allí, donde la N-630 va buscando poco a poco las primeras estribaciones del Puerto de Pajares, nos vamos a encontrar con un cruce, bien señalado, donde se nos indica el camino hacia diversos lugares incluyendo nuestro destino.

Iglesia a la salida de Campomanes.

Inicialmente el camino es cómodo. La carretera transita por las inmediaciones del río Huerna sin apenas sobresaltos por una pendiente ascendente siempre, pero en todo caso muy ligera, remontando el curso fluvial. Lo cierto es que se puede afirmar que si comenzamos el puerto unos diez kilómetros más adelante tampoco nos íbamos a perder nada de la “verdadera” subida, aunque también es justo reconocer que este tramo viene muy bien para ir calentando motores y, sobre todo, para disfrutar del entorno de este puerto desde el principio. Lejos de los prados de alta montaña y de los paisajes “alpinos” que nos aguardan en la cima, el bosque de ribera, muy tupido por momentos, es siempre grato para quienes no acostumbramos a gozar de tanta verdura acá por el sur del país.

El valle viene continuamente jalonado por pequeñas aldeas, unas salpican las laderas colindantes, otras, por su parte, son atravesadas por la carretera, como Sotiello y Espinedo. En ambas podemos disfrutar de magníficos ejemplos de arquitectura tradicional, sobre todo en la primera, donde a más de casonas y algún palacio, se conserva la Iglesia de San Antolín, que otrora formara parte de un monasterio originario de principios del pasado milenio.

Flanqueados por una frondosa vegetación y cobijados por un umbroso hayedo que más que cubrir techa la carretera, seguimos con nuestro pedalear de alegre cadencia durante algún kilómetro más hasta que nos topamos con un primer repecho de cierta entidad. Se trata de un tramo en que la pendiente se va a situar de forma muy constante en torno al 6%, una suerte de avanzadilla de lo que supondrá el ascenso franco hasta La Cubilla en sus 18 km. finales.

Cruzamos el Huerna, el ascenso está a punto de cambiar radicalmente.

El final de un breve descenso marcará los instantes previos, aún suaves, del verdadero ascenso que no se va a iniciar hasta cruzar el río Huerna y, más concretamente, hasta el paso por Los Pontones, una pequeña aldea de la parroquia de Telledo en la que se encuentran precisamente tanto la iglesia parroquial como el palacio rectoral.

El piso, cada vez más irregular y botoso, se ha estrechado ostensiblemente y el giro que traza la carretera hacia el interior para continuar remontando el Huerna nos va a situar de cara a unas encrespadas y elevadas montañas que semejan aflorar de las verdes praderas: nos adentramos en Las Ubiñas y la grandeza del paisaje, en incesante aumento pedalada a pedalada, nos va envolviendo hasta acabar por subyugar nuestros sentidos.

Nos adentramos en Las Ubiñas… La cosa promete.

El ascenso sería como un bonito paseo por el campo de no ser porque la cuesta decide, al fin, ponerse exigente. Y bien que lo vamos a notar pronto.

Al salir de Los Pontones la pendiente se va a situar puntualmente en un 11% y, aunque vuelve a decrecer, el paso por Telledo tiene su miga. Con todo, no será hasta pasado un primer kilómetro cuando nos encontremos con una continuidad en los porcentajes de doble dígito que, sin ser especialmente elevados, empezarán a minar las fuerzas de nuestras piernas: así, el décimo tercer kilómetro alcanza la nada desdeñable media del 8,2%, tratándose del más duro de todo el ascenso.

Varias poblaciones jalonan el ascenso. Aquí queda atrás Riospaso.

En saliendo del trance de este kilómetro, tras sortear varias herraduras enlazadas y dejar a un lado el cruce hacia Armada, nos vamos a encontrar con un nuevo descenso en la pendiente. Aunque ya hemos recorrido la mitad del puerto, lo cierto es que no conviene llevarse a engaño, porque el tramo verdaderamente exigente no ha hecho más que empezar.

Nuestro camino continúa en pos de Riospaso, a donde llegamos tras sortear varios arroyos, y es que precisamente el nombre de esta pequeña aldea deriva de “paso de ríos”.

Por momentos una inmensa mole de roca flanquea nuestro camino a la par que un barranco se despeña profundo a nuestra izquierda.

Descuellan, por encima de los prados y bosques, las rocas calizas y el agreste entorno cercano asemeja cada vez más al paisaje de alta montaña. A la derecha una imponente pared de roca pende sobre nuestras cabezas. Por otra parte, el trazado de la carretera, colgada a media ladera, se hace visible por momentos en crestas aún lejanas.

Lejos, a media ladera, se divisa el trazado de la carretera.

El paraíso, si existiera, no habría de ser muy diferente de este lugar.

Curvas enlazadas camino de Tuiza.

Avanzando kilómetros con ritmo lento, aunque siempre constante, poblando innúmeras vacadas unas praderías rebosantes por doquier de fresco pastizal a pesar, incluso, de los rigores estivales, nos acercamos a Tuiza.

Hay quien relaciona esta localidad con una antigua población celta que debió existir en las proximidades del puerto de la Cubilla a tenor de diferentes denominaciones antiguas del mismo: Tilóbriga, Tulébriga y Turlébriga parecen distintas variantes de un mismo topónimo de origen celta. Lo cierto es que no es raro, en este sentido, que un puerto reciba la denominación de la localidad más cercana a su cima.

Tuiza, la última población que nos toparemos antes de alcanzar el puerto hasta donde aún restan pocomás de 8 km.

En cualquier caso, esta parroquia, dividida en tres núcleos de población y perteneciente al Concejo de Lena, será el último caserío que atravesemos en nuestra marcha.

Llegados al cruce de Tuiza de Arriba, la carretera traza un giro, cambia de ladera y con ello también la perspectiva: si antes nuestra vista se disparaba hacia las altas cumbres, en breve nos deleitaremos también sumergiéndola en lo más profundo de los valles, escudriñando no sólo hacia dónde hemos de subir, sino también por dónde ya lo hemos hecho.

Parte integrante del paisaje asturiano son también las reses…

Comenzamos aquí el tramo más escénico que ofrece la carretera y que se prolongará durante los nueve kilómetros que restan hasta el alto.

Al tomar una nueva herradura, la carretera ofrece un descansillo que durará hasta la siguiente curva, aunque el estado del asfalto, rugoso y algo bacheado por momentos, no ayudan el pedaleo. Los cambios de dirección del trazado, por su parte, no hacen sino enriquecer más, si cabe, el campo de visión del ascenso.

La carretera no deja de serpentear. A la izquierda podemos ver el trazado de la carretera por donde ya hemos ascendido; a la derecha el que nos disponemos a superar.

Tras un tramo más o menos rectilíneo, la carretera vuelve a serpentear entre vaguadas. A media ladera, el cortado que se descuelga carretera abajo resulta espeluznante. No es raro otear rapaces dominando los cielos o apostadas en cualquier escarpada cresta.

Trazamos una curva a derechas donde el campo de visión hacia el fondo del valle y hacia la cumbre resulta excepcional.

El mejor campo de visión nos lo va a ofrecer una cerrada curva a derechas a unos cuatro kilómetros de coronar el puerto. Precisamente al salir de la misma observaremos el collado al fondo -siempre que las habituales nieblas no lo impidan, como suele ocurrir, derramándose incluso hasta lo más profundo del valle-, aunque faltan aún un par de herraduras más hasta encarar la recta final.

En la parte alta del puerto se suceden largas rectas entre curvas de herradura. La pendiente muy constante y el entorno cada vez más impresionante.

Estos últimos cuatro kilómetros serán los más constantes en lo que a pendiente se refiere, siempre entre el seis y el siete por cien y con puntas que pueden alcanzar hasta el diez.

Aunque el cansancio, pese al suave inicio del puerto, viene haciendo mella en nuestras fuerzas desde hace rato, lo cierto es que coronar será ya una cuestión de tener algo más de paciencia, por lo que no hay que dejarse vencer.

Captura a la salida de la penúltima curva de herradura.

Las últimas herraduras trazan una zeta en la ladera, a nuestra derecha, estando la carretera prácticamente suspendida sobre la misma, hasta el punto de que, para evitar derrumbes, ha tenido que ser convenientemente reforzada en varios puntos con paramentos de hormigón.

Hermosas estampas «made in» Asturias.

Ensimismados superamos la última curva, el último descansillo, y afrontamos la larga “recta” que nos lleva hasta el puerto transitando de nuevo bajo paredes de roca, que se elevan por encima de los 1.800 m. de altitud.

Los últimos mil metros, más allá de un duro repecho inicial, no distan mucho de lo que viene siendo todo el puerto. Decidimos disfrutarlos en la medida en que la niebla nos lo permite hasta que alcanzamos el paso canadiense que, entre barreras, marca el cambio de aguas y de límite provincial y autonómico.

Que se compare con un puerto alpino no es en absoluto hiperbólico.

La carretera sigue asfaltada –o, por lo menos, lo estaba cuando subimos- durante un corto trecho hasta llegar a Casa Mieres, aunque nos consta que existen ciertos problemas con la titularidad estos terrenos que dificultan el asfaltado de la vertiente sur del puerto, por lo que el regreso, a menos que queramos aventurarnos por pista terriza hasta Pinos, ha de ser por el mismo lugar: así disfrutamos del puerto por partida doble.

GALERÍA FOTOGRÁFICA.

Mapa:

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