Altimetrías

Puerto Viejo por Fuensanta de Martos, la irresistible atracción de La Pandera.

Estado del firme:***

Dureza:**

Volumen de tráfico:**

Consejos y sugerencias: la Sierra Sur de Jaén, perteneciente a las sierras subbéticas, es una auténtica mina de pequeños y grandes puertos. Lo más recomendable es trazar una ruta incluyendo varios de ellos, aunque con la debida precaución y “respeto” a un terreno que puede hacernos sudar tinta.

Cercanos a coronar Puerto Viejo con la imponente mole nevada de La Pandera dominando el paisaje.

Partiendo del arroyo de la Fuensanta, en un estrecho puentecillo que lo cruza, vamos a remontar ese diseminado de aldeas que constituyen La Ribera, así denominada entre los lugareños, aunque también conocida con el nombre de una de ellas, Vadohornillo.

La carreterilla, siempre muy estrecha y, por momentos, bacheada a lo largo de los primeros cuatro kilómetros del puerto, viene del río Víboras, concretamente de la base de uno de nuestros puertos fetiche de la zona, esa «chuchería» que es el Portillo de la Boca del Álamo.

Camino rural, estrecho, rugoso… Pero en un entorno apacible y tranquilo como pocos.

Desde la Venta del Papero, primera de las cortijadas que nos topamos prácticamente al comenzar a dar pedales, hasta el cruce de Martos la carretera remonta de forma suave, aunque irregular el arroyo, con algún que otro sobresalto en forma de dura rampa y varios descensos. El entorno rural, agradabilísimo, invita siempre al pedaleo alegre en pos de grandes metas: Puerto Viejo, aún distante, no debe ser más que un aperitivo para un posterior asalto a las festoneadas cumbres de la Pandera.

En ruta por la zona, la parada en la fuente es obligada.

Una bajada un tanto más larga y pendiente nos conduce hasta la única fuente que hemos localizado en todo el puerto, concretamente la que se ubica en El Pilar de Reyes, el último de los caseríos previos a la entrada en Fuensanta. Pero antes nos vamos a topar con una rampa constante que alcanza el 12% y que, a la postre, será la más dura de esta vertiente de Puerto Viejo.

Al salir a la carretera de Martos ceja la pendiente, aunque no termina la cuesta, que persiste hasta la entrada del pueblo y aún algo más, antes de un nuevo descansillo.

Al entrar en Fuensanta, por mor de evitar el tráfico en la medida de lo posible, optamos por tomar un giro a la izquierda por una suerte de circunvalación que bordea el pueblo por el norte. Subirán repentinamente nuestras pulsaciones a la par que se empina la calle para, tras algo más de medio kilómetro de esfuerzo, alcanzar el mencionado llanete. Desde aquí, aunque nunca con tanto encanto como varios kilómetros más arriba, contemplamos las calles del pueblo.

Bordeamos Fuensanta por una «ronda norte».

Fuensanta o, por mejor decir, su término municipal, remonta sus orígenes a un pasado prerromano, concretamente íbero, momento a partir del cual el lugar adquirirá gran importancia estratégica, al estar ubicada la íbera Tucci a caballo entre la sierra y la campiña. Una importancia que no decaerá un ápice tras la conquista romana del sitio ni al correr de los siglos posteriores.

Conserva Fuensanta de su milenario pasado -y aún del más reciente- restos arqueológicos de gran interés, tales como el recinto fortificado del Cerro del Algarrobo o el refugio del Cerro de la Atalaya. De época más moderna destaca, ¿cómo no?, su iglesia, datada en el s. XVI y consagrada a Ntra. Sra. de la Fuensanta. Y, haciendo honor al nombre moderno de la localidad, distintas fuentes jalonan la villa, e incluso cuenta con un balneario conocido popularmente como “El Hotel”.

Una vez abandonado el pueblo, la carretera sube sin descanso durante varios kilómetros ofreciéndonos magníficas panorámicas del entorno.

Un descenso nos reconduce hacia la carretera de Valdepeñas, dejando nuevamente la entrada a Fuensanta a nuestra derecha. Al pasar un puentecillo y una herradura a izquierdas, la carretera va adquiriendo un nuevo cariz: desde aquí y por algo más de tres kilómetros, tendremos que afrontar una cuesta continuada y siempre entre el siete y el ocho por cien. Varias curvas adornarán el trazado de un puerto que poco a poco va remontando el valle dejando el pueblo encajonado en su parte media-baja con el telón de fondo de la Sierra de Ahíllos en un horizonte de color aceituna.

Los olivos empiezan a dar paso a una vegetación más agreste y adaptada al medio.

Una vez que las rampas más fuertes han quedado atrás, el puerto se deja hacer y nuestras miradas, abandonado el valle, van a dirigirse ahora en todo momento hacia la mole de la Pandera. Cierta irresistible atracción -siempre irracional a tenor de la entidad de sus rampas- empezamos a sentir por el coloso jiennense, que parece retarnos desde sus alturas.

Alcanzamos un primer cruce hacia Los Villares, el de la carretera de La Yedra -una variante más dura que la que estamos transitando-, aunque aún nos resta un trecho para alcanzar un puerto que, a partir de este momento, comienza a concedernos demasiada tregua.

La Pandera domina el entorno y despierta en nosotros una atracción casi «irracional».

No obstante, no podremos cejar en nuestro empeño hasta superar una nueva rampa mantenida al 9% en una zona de altas y bellísimas praderas en que el olivar, como es forzoso, acaba dando paso a una vegetación más agreste y mejor aclimatada a los rigores climáticos.

Recta final con suaves pendientes, casi imperceptibles, hasta coronar.

Así, los dos últimos kilómetros acabarán por convertirse en un agradable paseo hasta coronar en el cruce de la carretera que, a la izquierda baja hacia Los Villares y la capital de Jaén, mientras que a la derecha llanea ligeramente hasta el cruce de La Pandera o termina por adentrarse en la Sierra Sur.

GALERÍA FOTOGRÁFICA.

Mapa:

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