Estado del firme:****
Dureza:*
Volumen de tráfico:**
Consejos y sugerencias: aunque, por sus características específicas, no es el más recomendable de los puertos de la zona, viene muy bien para enlazar en nuestras rutas la Sierra Sur con la Mágina. Además, siempre nos quedará la opción de llevar a cabo una visita a Pegalajar.
Partiendo de las inmediaciones de La Guardia de Jaén, al atravesar el puente sobre el río Guadalbullón, por la antigua carretera nacional (N-323a) que aún hoy, pese a la construcción de la autovía entre las capitales granadina y jiennense, presta servicio, comenzaremos el denominado como puerto de Las Siete Pilillas al paso junto a una explanada que se abre a nuestra derecha.
Consistirá primeramente el puerto en un falso llano rectilíneo para, al poco, romper en un fuerte repecho que nos va a situar o bien en el acceso a la autovía, o bien en el acceso al pueblo de Pegalajar, si no queremos -cual es el caso- continuar por la carretera que llevamos.
Será en este punto donde arranque el verdadero ascenso por una amplia y remozada vía que comunica, a más de con la recién mencionada villa, con la vecina población de Mancha Real a través del collado natural que media entre la Serrezuela de Pegalajar y las faldas de la Peña del Águila.

Buena carretera de ascenso. Al fondo a la derecha se eleva la mole del Pico Almadén con sus más de 2.000 m. de altitud. A la izquierda, la Peña del Águila.
Aunque sin grandes pendientes, trepa la carretera de forma un tanto irregular durante sus primeros seis mil metros a razón de alternar un kilómetro suave con otro algo más duro. Por un lado, es fácil ir recuperándose de los esfuerzos, aunque, por otro, los mejor adaptados a las cuestas echarán en falta, sin duda, una pendiente más prolongada.
Será también principal característica del primer tramo del ascenso la sucesión de larguísimas rectas, hecho que no suele ser de nuestro agrado ya que, como cabe suponer, propicia cierta sensación de monotonía en el pedaleo… Únase a todo ello el por estos parajes omnipresente olivar, que ni da sombra, ni protege del viento.
Con frecuencia sopla precisamente, por si faltara algo, Eolo por estos parajes y, claro está, si lo hace en nuestra contra por esas larguísimas -casi eternas- rectas, acabará por convertir un -pese a todo lo dicho- grato ascenso en una insospechada tortura.
Pero no vamos a dar por perdida una batalla antes de haberla sostenido. Así que emprendemos nuestro particular asalto a las Siete Pilillas con la tranquilidad de saber que el puerto no es especialmente largo, ni cuenta tampoco con una dureza tal como para que anteriormente referidas características puedan doblegarnos sin plantar cara.
Tras el primer envite serio del puerto, que nos sirve para ir tomando el ritmo adecuado, la tregua no se hace esperar hasta que, iniciado el cuarto kilómetro un par de rampas superiores al 11% de pendiente nos van a poner en nuestro sitio. Agarra la cuesta, que se mantendrá casi siempre próxima al 8% y agarra, sobre todo, porque nuestra cabeza no funciona bien en este tipo de carreteras anchas y rectilíneas.
Poco antes del cruce de Pegalajar habrá cejado la pendiente de nuevo, que no la recta. Nos planteamos, no sin dudas, desviarnos por el pueblo para evitar esta monotonía, aunque finalmente nos decidimos por continuar por la variante exterior y evitar, así, el tráfico que, a buen seguro, nos íbamos a encontrar en la travesía del pueblo… Tal vez haya sido un error, pues probablemente no haya tanto tráfico como supusimos y el trazado del puerto parece algo más divertido, a más de permitirnos disfrutar de una vista cercana de la población y su entorno.
Pegalajar conserva en sus inmediaciones restos de sus remotos orígenes, remontándose los más antiguos a la Edad del Cobre. Sin embargo, destacan diversos monumentos que, desde la Edad Media, se han mantenido en pie con mejor o peor suerte: así, además de las cuevas y abrigos rupestres de La Serrezuela, existen restos de baluartes defensivos y, ya en la población, la iglesia de Santa Cruz (s. XVI) o la casa consistorial (s. XVII).
Aunque lo que más poderosamente llama la atención del visitante es, sin lugar a dudas, La Charca. Como fruto de un sistema de conducción de aguas subterráneas, concretamente de la llamada Fuente de la Reja (manantial de un importante acuífero subterráneo), el líquido elemento llega hasta una suerte de embalse enclavado en el propio entramado urbano. Lo que originalmente no fue más que un dique sufrió durante el s. XX una serie de modificaciones hasta convertirse en lo que es hoy, un lugar de encuentro de las gentes del pueblo y -por su originalidad- en un emblema de Pegalajar, sin dejar por ello de prestar el servicio para el que fue originalmente ideado: la irrigación del pueblo y sus huertas.

A nuestra izquierda los muros de contención que forman los bancales de La Huerta. Las eternas rectas parecen encontrar su fin allá al fondo.
Mas continuamos nuestro pedalear más liviano hasta el inicio del sexto kilómetro. Llama nuestra atención un conjunto de muretes que nuestro ojo profano identifica erróneamente como los restos de una antigua fortificación o sistema defensivo de la población y que no son más que el sostén del eficaz sistema de bancales de la Huerta de Pegalajar. El desarrollo de un sistema de irrigación complejo, no podía deberse a otra cosa que al aprovechamiento humano del terreno. Como es costumbre en otros lugares de Andalucía, la fuerte pendiente de las laderas se aterrazan para ir allanando escalonadamente parcelas del terreno y poder, así, trabajarlo y -sobre todo- regarlo sin que el esfuerzo sea baldío.
Luego, la carretera empieza a empinarse y a trazar un giro a izquierdas junto a unas naves industriales que se encuentran en la parte alta de la población a su salida en dirección Mancha Real. Apenas sí llegamos a rozar la población llegados a este punto, al trazar una primera curva a izquierdas en cruce y una segunda a derechas de la misma guisa. Al salir de esta última herradura, que se puede considerar como tal clase de curva, una barriada de moderna apariencia nos despedirá de Pegalajar casi sin haberla saludado como quien dice.
La carretera se ha estrechado y ya no presenta descansillos tan largos, aunque la pendiente tampoco pesa en nuestras piernas excesivamente. El trazado se ha vuelto algo más revirado, como si buscara desesperadamente alcanzar la cumbre del collado.
De frente se enseña la Serrezuela, con un pinar de reforestación a media ladera, donde la caliza no parece haberse apoderado de la montaña. Arboleda que ya venía coronando la parte alta del caserío.
Coronamos en el área recreativa de Siete Pilillas que da nombre al puerto y que, a su vez, lo recibe de una fuente que existe en las inmediaciones de la cima, concretamente a la derecha según hemos coronado y siguiendo un sendero. Dicha fuente cuenta con un abrevadero y siete pilas, una tras otra, aunque habitualmente el agua escasea.
En el área recreativa, además de instalaciones para barbacoas, se ha dispuesto un mirador y una pista de despegue de parapente que, a tenor del número existente en la provincia, debe tratarse de un deporte muy arraigado por estos lares.
GALERÍA FOTOGRÁFICA.
Mapa:
Categorías:Altimetrías, Andalucía, Jaén, Puertos de Montaña
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