Altimetrías

Puerto de Tíscar por Huesa, baluarte entre peñas y olivos.

Estado del firme:***

Dureza:**

Volumen de tráfico:*

Consejos y sugerencias: hay que tener en cuenta la longitud del puerto, así como la primera parte del ascenso, muy irregular con duras rampas escalonadas.

Entre cerros y montes se erige el castillo de Tíscar con el Santuario y la aldea de Don Pedro a sus pies, uno de los enclaves más hermosos de la Sierra de Cazorla.

Aunque es Cazorla el pueblo que ha terminado por imponer su nombre a estas sierras, es bien sabido que el Parque Natural está compuesto por tres sierras importantes, la de Segura, la de las Villas y, por supuesto, la de Cazorla. Pues bien, a pesar de que la denominación genérica que se ha acabado adoptando, como decimos, es la de Sierra de Cazorla, resulta que no es ni la de mayor extensión, ni –lo que a nosotros nos resulta de especial interés- la que cuenta con los puertos asfaltados de mayor entidad: tales méritos corresponden a la Sierra de Segura.

Sin embargo, pese a todo, hay un buen puñado de ascensos que, a buen seguro, resultarán interesantes hasta para el más exigente de los cicloturistas. Éste de Tíscar es, en nuestra opinión, uno de los mejores ejemplos.

Pocos son los puertos de montaña asfaltados y de cierta entidad en la Sierra de Cazorla y éste es uno de los más interesantes.

Hasta él se puede acceder bien desde Quesada, por el norte, bien por el sur, siendo que por esta segunda vertiente existen distintas variantes que comparten el tramo final. Nosotros nos quedamos de momento con la que, viniendo desde Huesa, llega a la aldea de Belerdas y, desde aquí, sube hasta el puerto pasando junto al Santuario de Tíscar, el castillo y la Cueva del Agua.

La Sierra de Cazorla, la estrictamente cazorleña y las otras dos, poseen en sus estribaciones occidentales una igual fisonomía que podríamos resumir en una palabra: olivar.

En algunos tramos del puerto nos logramos desembarazar de los cuasi omnipresentes olivos.

En efecto, es el olivo el que domina las franjas media y baja del valle del Guadalquivir hasta unas cotas máximas que se sitúan, aproximadamente, en los 1.100 – 1.200 m. de promedio. Este aspecto –tan necesario, por otra parte, para el sustento de los habitantes de la zona- nos resulta casi siempre tan monótono, como gratificante lo es por ello desembarazarse de él. Para este fin, nada como subir un puerto de cierta altitud adentrándose por un terreno algo más quebrado que las lomas que se prolongan valle abajo.

Comenzamos el puerto, como casi siempre, en un puente. Foto de Bosco Rite.

Comenzamos el ascenso en el puente de la Teja, que media entre Collejares y El Cerrillo, aldea esta última que no tardaremos en dejar atrás, pese a que las rampas, inusualmente constantes en  los primeros metros del puerto, agarran  (quizás más por tratarse del inicio que por su verdadera inclinación). Pronto vamos entrando en calor pedaleando por una buena carretera con las montañas a nuestra izquierda tras las lomas y el omnipresente olivar. El puerto es en su inicio una larga sucesión de repechos y descansillos que, una vez llegados a Huesa, se convierten en una auténtica escalera con rampas de doble dígito mantenidas y largos respiros en respuesta.

Coronamos la Cuesta de Pablico. Foto de Bosco Rite.

Por lo pronto nos vamos separando del cauce del Guadiana Menor, el río que, según dicen, sería la “verdadera” cabecera del Guadalquivir por aquello de que su nacimiento está aún más lejos del mar que el que tradicionalmente se viene considerando como tal.

Al fondo, alzándose casi desde la margen derecha del río, descuellan estridentes los Picos del Guadiana, peculiar formación rocosa que nos invita una y otra vez a distraer nuestra mirada, mientras remontamos unas lomas -tan sorprendentemente opuestas en su morfología como cercanas a los mencionados Picos- por la denominada Cuesta de Pablico, repecho que coronamos a poco más de 620 metros de altitud, una vez recorridos los primeros cuatro kilómetros. A nuestra derecha, cada vez más cercana, más alta, más montaña al fin y al cabo, la Sierra de Cazorla.

Nos aproximamos a Huesa. Foto de Bosco Rite.

El corto y rápido descenso nos deja prácticamente al pie de Huesa, capital de municipio. El pueblo es vestigio viviente de un pasado remoto de batallas y escaramuzas entre moros y cristianos, estando su historia unida a la Reconquista y a Alfonso XI, que entregó su fortaleza al Consejo de Úbeda a principios del S. XIV. Aunque al ubicarse en territorio fronterizo la plaza sufrió constantes “cambios de mano” hasta su conquista definitiva en 1455.

En la travesía, fuertes rampas y adoquín.

Al llegar al cruce de Quesada y Pozo Alcón nos damos de bruces con las indicaciones que nos guían hacia Belerdas, que es el camino que debemos seguir. Así pues, continuamos sin posibilidad de pérdida en línea recta, cuando pronto, por adoquín y en pleno callejeo, reaparecen las rampas serias, aunque la más dura de todas nos la vamos a topar ya en las afueras y por asfalto, hasta alcanzar un 18%, que nos deja un buen sofoco antes de abandonar la localidad.

Al salir de Huesa la pendiente alcanza el 18%.

Acaba el repecho en un cruce que tomamos a la derecha y que, como adelantábamos arriba, nos sitúa en un falso llano. De hecho, los próximos dos kilómetros y medio constarán de dos fuertes repechos con sendos descansillos.

La carretera -estrecha y, por momentos, bacheada- ha ganado en perspectiva. Las laderas, cada vez más abruptas, se desembarazan parcialmente del olivar dejando paso al matorral, el roquedo y algún que otro rodal de pinos que nos anticipa, de esta manera, que estamos a punto de adentrarnos en el espacio protegido con la figura de Parque Natural.

El puerto se convierte en una «escalera» con rampas que superan ampliamente el 10%.

Tras la segunda de las rampas, que alcanza el 14% durante más de un centenar de metros, una curva de vaguada a derechas nos introduce de lleno en el tamo final de ascenso a esta primera parte del puerto, que concluye en un paraje denominado como Los Collados. Los suaves metros finales nos van a permitir recuperar el resuello antes incluso de los dos kilómetros de descenso que nos aguardan, aunque, tras coronar, aún encontraremos un poco de falso llano antes de que la carretera se decida a descender definitivamente.

Desde «Los Collados» empezamos a sospechar que la segunda mitad de puerto va a merecer la pena.

Y cuando lo haga, bien que lo vamos a notar, pues algunas de las pendientes más fuertes de todo el puerto nos las vamos a topar en este descenso hasta Belerdas, por no hablar de los socavones más profundos, motivo por el cual habremos de extremar precauciones.

En cualquier caso, nosotros evitamos alcanzar mucha velocidad llevando a cabo un par de paradas para dejarnos embelesar por un entorno cada vez más arrebatador: Belerdas aún se oculta al pie de los altos cerros que nos escoltan a nuestra izquierda y nos cierran la vista al frente. A la derecha se abre un paisaje que en días claros alcanza hasta las cumbres de la Sierra de Baza y de los Filabres con la aislada mole del Cerro Jabalcón como antesala. Y, por supuesto, olivo por doquier acompañado apenas por algún almendro disperso.

Entramos en Belerdas, una aldea que nos impresionó por su belleza y la de su entorno.

La entrada a Belerdas nos pareció especialmente admirable: para empezar se ubica en un enclave excepcional, rodeada de montañas de riscos sobresalientes y colgada literalmente de la rocosa ladera de una de ellas. Luego, aún en fuerte descenso, nos adentramos en sus calles, estrechísimas, y observamos cómo las casas más que asentarse en la montaña penetran en sus entrañas a modo de cuevas.

La aldea de Belerdas engastada en la roca.

Impresionados como estamos, casi ni somos capaces de percibir que se nos acaba la bajada y hay que volver a la faena. Será al paso por el río Tíscar cuando ello ocurra e irá unido a unos súbitos ensanchamiento y mejoría del asfalto, que se mantendrá impecable hasta que coronemos.

La carretera se ha ensanchado ligeramente y, sobre todo, ha mejorado en su piso.

Al cruzar el río, como decíamos, comienza el ascenso a esta segunda mitad del puerto que, opuestamente a la primera, es muy regular en sus rampas de modo que, para los 8,5 km. de ascenso que aún nos restan hasta el alto, nos marcaremos un ritmo constante que seamos capaces de mantener y, sobre todo, de disfrutar.

Será a la salida de Belerdas donde nos toparemos con la máxima dificultad que aún nos resta: un kilómetro que ni siquiera alcanza el 8% de pendiente media. A partir de ahí, la rampa será constante entre el 5-6% con puntuales excepciones.

Bellísima estampa de la fortaleza de Tíscar en un entorno de excepción.

Una vez que vamos dejando atrás la aldea, después de una herradura a izquierdas, nos vamos a topar frente por frente con el castillo de Tíscar, entre peñas afiladas, mientras que abajo a la izquierda disfrutamos de un magnífico encuadre de Belerdas con las casas y las cuevas en la roca, ambas una misma cosa.

Y a la izquierda del castillo, por otra parte, observamos una hendidura en la montaña, una estrecha muesca por donde se abren paso las aguas del río Tíscar a través de la roca. Nos admiramos desde nuestra posición inferior de lo imponente del lugar convencidos de que, sólo por el descenso realizado hasta Belerdas y este tramo de ascenso a su salida, ha merecido la pena acercarse hasta aquí.

Cada vez más cerca del castillo, pero aún no vemos por dónde ha de salir la carretera.

Pero pronto nos va a asaltar una duda, la de cómo y por dónde puede sacarnos la carretera de este lugar, qué trazado seguirá rodeados como estamos de montañas y de peñas. La respuesta es bien sencilla: mediante un par de túneles que hay excavados algo más arriba y que muy pronto divisaremos.

El primero de los dos túneles que habremos de atravesar.

El primero lo atravesamos justo antes de los cruces hacia Don Pedro, una aldea a los pies del Santuario de Tíscar, y Pozo Alcón. Al punto se siguen el del desvío hacia la Cueva del Agua y el del mencionado Santuario. Dos de los principales atractivos de la comarca: la Cueva de la Virgen de Tíscar, como también se la conoce, es una gruta caliza formada por el curso  del río Tíscar abriéndose paso a través de la roca en su imparable camino hacia Belerdas. En su afán por encontrar salida, el agua nos ha legado numerosas fuentes, pilones y cascadas de gran belleza. El Santuario, por su parte, se ubica a los pies del castillo. En él se rinde culto, evidentemente, a la Virgen de Tíscar, patrona de Quesada y de toda la Sierra de Cazorla. El castillo, a su vez, está datado en el s. XV, por lo que los restos serían posteriores a la Reconquista, aunque sus orígenes sean anteriores. El recinto es pequeño, destacando la torre del homenaje y, sobre todo, lo abrupto del lugar, característica ésta que sería a buen seguro la principal defensa de la fortaleza y lo que le granjeó merecida fama de inexpugnabilidad en la Edad Media.

Tras el segundo túnel se suceden un par de curvas que nos introducen en una angostura.

Seguimos nuestra marcha y tan pronto atravesamos el segundo de los túneles como cambia repentinamente el paisaje en un abrir y cerrar de ojos. La fortaleza entre peñas, que antes divisábamos de frente, ha desaparecido como por cosa de brujería y es que, al igual que el agua se abre camino a través de la roca, así también la carretera en pos del puerto.

Sin darnos cuenta hemos dejado atrás el castillo.

Por si fuera poco, circulamos precisamente junto a la angostura que desde lejos veíamos, esa brecha que hendía la montaña. Pero ahora, merced al túnel, nos situamos al dorso de las elevadas peñas que –pensábamos- habrían de impedirnos el paso. Tras un par de cruces hacia el Santuario y unos restaurantes, a la salida de un par de curvas enlazadas, nos introducimos en la Garganta de la Torre. Antes habremos podido ver, de nuevo, el castillo a nuestras espaldas y por debajo de nosotros, como ya siempre en adelante… ¡Y eso que hace un rato nos parecía inalcanzable!

Pedaleamos entre paredes de roca viva.

Por una zona cada vez más abrupta, donde ni los olivos cuando aparecen desentonan, pedaleamos entre taludes buscando salir del cauce excavado entre las rocas, angostura por donde se abre paso la pintoresca carretera, con sus característicos malecones de protección. Al fondo una montaña pelada se eleva a nuestra derecha: se trata del Rayal, de más de 1.800 m. de altitud, cuya destacada efigie nos acompañará hasta la cima del puerto casi como un guía, pues a sus pies mismamente se encuentra el paso montañoso.

Atisbamos el collado y, ligeramente más alta, la Atalaya del Infante Don Enrique.

Precisamente cuando abandonamos la garganta, podemos atisbar el collado, aún lejano y alto, frente a nosotros. Una torre, la atalaya del Infante Don Enrique (s. XIV), situada a la derecha del puerto de Tíscar según la dirección que llevamos, nos sirve para ubicarlo sin lugar a error. También tiene su pedigrí la atalaya, por cierto, pues el Infante fue, ni más ni menos, que hijo de Fernando III “El Santo” y hermano de Alfonso X «El Sabio».

No obstante –y volviendo al tema que nos ocupa- son aún más de tres los kilómetros que nos restan hasta coronarlo, pero hasta la cima lo único que nos ha parecido reseñable es el retorno del olivar, dueño absoluto de las laderas colindantes, y un nuevo tándem de herraduras que nos permite echar la vista atrás para barruntar que, tal vez, los mejores momentos del puerto han pasado ya.

Coronamos el puerto con la mole del Rayal presidiendo la estampa.

Una vez en la cima, junto a la fuente Carboneras, la foto con el cartel es obligada y ello, además, disfrutando, si el día lo permite, de una excelente panorámica de esta zona meridional de la Sierra de Cazorla, con un paisaje de montaña verdaderamente excepcional.

GALERÍA FOTOGRÁFICA.

Mapa:

2 respuestas »

  1. Hola Jorge, muchas gracias por tu comentario.
    De la carretera de Don Pedro supimos al llegar al cruce de arriba y la tenemos pendiente de «estudio». De todas formas, mucho nos tememos que aún nos queda un tiempo para volver por allí.

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