Córdoba

Y lo que te rodaré, morena: de puertos por la Sierra Morena Cordobesa.

Subimos a Obejo por el Collado de la Fuensanta procedentes de Villaharta.

La capital cordobesa viene siendo en los últimos tiempos uno de los baluartes del ciclismo en su vertiente profesional, toda vez que en la cicloturista lo ha sido desde hace décadas. La simbiosis entre cultura y deporte, cada vez más arraigada en el mundo del pedal, encuentra en Córdoba una de sus máximas expresiones. Buena culpa de ello se debe a la excelente ubicación de la ciudad al pie de la Sierra Morena y las múltiples vías de acceso a la misma. Tal es el caso de la conocidísima subida a Las Ermitas, varias veces afrontada en la Vuelta a España por algunas de sus distintas vertientes. Por otra parte, lejos ya de la ciudad, la misma Sierra Morena cobija un sinfín de “sorpresas” que afloran en mayor número por las inmediaciones de Obejo, un pequeño pueblo en mitad de la sierra con diferentes y tortuosos accesos que, para nuestro disfrute, están siendo acondicionados en los últimos tiempos y cuyo máximo exponente es, quizás, el durísimo puerto del Caballón.

“Córdoba, lejana y sola”.

Vistas de Córdoba desde la carretera de Las Ermitas con las cumbres de Sierra Nevada de fondo.

La milenaria ciudad califal ha sabido conjugar perfectamente el frenético ritmo de vida actual con la elegante parsimonia de su monumental historia. El resultado es el de una ciudad moderna insertada en uno de los cascos históricos más grandes e importantes de la vieja Europa -declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1984-, lo que le ha valido, junto con otras ciudades españolas, la candidatura para convertirse en capital cultural europea en 2016.

Probablemente su mezquita se ubique entre los más brillantes monumentos de época musulmana construidos en occidente, lo que ha convertido sus bellísimas arcadas en el emblema reconocible de la ciudad.

El centro de la urbe está compuesto por un intrincado laberinto de callejuelas que se entrelazan en la judería, graciosamente ornadas por flores celosamente cuidadas. Ya en mayo, Córdoba termina de engalanarse con las notables festividades de las cruces y el concurso de los patios, a cual más hermoso, para orgullo de los cordobeses.

En las afueras, la antigua Medina Azahara ha sido restaurada, aunque apenas sí podemos hacernos una idea de la grandiosidad de una construcción que competía con la Alhambra de Granada en belleza y a la que más abajo dedicaremos unas líneas.

Pero, parafraseando a Juan Goytisolo, «no es moro todo lo que reluce». Y es que a orillas del río grande de Andalucía se asentaron previamente los romanos, que otorgaron a Corduba la capitalidad de la provincia Bética. Todavía hoy vadea el río con sobriedad y elegancia el puente romano, por citar el más eminente de los restos de esta época.

Sin embargo, Córdoba no es sólo una ciudad rica por sus piedras, sino que aún lo es más por sus hombres. Hombres que han dado brillo al nombre de la ciudad por todos los rincones del orbe, tales como los filósofos Séneca, Averroes y Maimónides, el del insigne poeta Luis de Góngora o el del pintor Julio Romero de Torres.

Las carreteras que ascienden a las sierras colindantes nos regalan siempre excelentes vistas sobre la capital cordobesa.

Del crisol de culturas que habitaron la ciudad a lo largo de su historia queda también una excelente y variada herencia gastronómica, cuya bien merecida fama abandera el exquisito salmorejo cordobés, deliciosa sopa fría a base de pan, agua y productos de la huerta que, especialmente en verano, nos reconfortará mejor que cualquiera de las bebidas energéticas que se encuentran en el mercado.

No podíamos olvidarnos del aceite cordobés, cuya calidad lo sitúa entre los mejores del mundo. Precisamente el olivar será también compañero de ruta allá por la Sierra Morena, antes de que, camino de los Pedroches, dé paso a la dehesa de mayor extensión de Europa.

Ni tan lejanas ni tan solas nos parecen a nosotros las torres de Córdoba como al poeta granadino Federico García Lorca, por lo que nos vamos a disponer a tentar las rampas de dos de sus puertos, los que nos han parecido que tenían mejor cabida como presentación de una sierra poco conocida por el público en general, la Sierra Morena. Pero Córdoba, la Córdoba ciclista posee más, mucho más… Y lo que te rodaré, Morena.

De la medina a las ermitas:

Subida al Alto de San Jerónimo desde Medina Azahara.

Ironías de la historia, siempre caprichosa, nuestra primera incursión en la sierra cordobesa nos lleva desde la suntuosidad de una ciudad palacio hasta la austeridad propia de los eremitas. Entre medias, poco más de una docena de kilómetros de separación.

Cuando el omeya Abderramán III proclamó el califato de Córdoba allá por el S. X vio la necesidad de mostrar su poder ante los enemigos, principalmente los del norte de África y próximo oriente. En este contexto surge Medina Azahara, una ciudad palacio a pocos kilómetros de Córdoba, destinada a hacer patente la prosperidad alcanzada por el califato. Se ubicó en las faldas de Sierra Morena extendiéndose hacia la vega de manera escalonada. Toda una red de canales tuvo que ser construida para traer el agua a la ciudad, así como una importante infraestructura viaria. En la parte más alta se situó el palacio dominando el resto de la ciudad, en la terraza media se situaban los edificios administrativos y las viviendas de los personajes ilustres, mientras que, siguiendo el orden social decreciente, la tercera y última terraza correspondía a las gentes del pueblo, localizándose también allí la mezquita, los baños y el mercado.

La riqueza ornamental de los restos conservados y restaurados hacen pensar que el emplazamiento arqueológico se situaba a la altura artística, si no por encima, de la Alhambra de Granada. Sin embargo, tamaña expresión de boato sólo pervivió durante unas cuantas décadas, pues las guerras interinas y la pronta desmembración del califato en Reinos de Taifas postergaron Medina Azahara al abandono y la paulatina destrucción.

Las ermitas, son por el contrario, la máxima expresión de la sobriedad y simplicidad propias del retiro espiritual. En su origen los ermitaños se congregaban en chozas en torno al castillo de la Albaida y la Arruzafa y sólo a principios del S. XVIII se empezaron a construir las ermitas en el denominado Cerro de la Cárcel, donde hoy día se conservan un total de trece y una capilla. La visita del recinto incluye el Paseo de los Cipreses con la parada obligada en la Cruz de Humilladero, dedicada al Conde de Torres Cabrera, donde una calavera nos recuerda nuestro implacable destino: “Como te ves, yo me vi. Como me ves, te verás. Todo para en esto aquí. Piénsalo y no pecarás”. Seguro que, tras llegar hasta allí pedaleando, haremos nuestras las palabras talladas en la piedra.

Además de las ermitas, destaca en el conjunto el monumento al Sagrado Corazón de Jesús, que en su excepcional ubicación preside la ciudad desde un mirador que ofrece una de las mejores y más recomendables vistas de la misma.

A caballo entre el olivar y la dehesa:

Las durísimas rampas del puerto de El Caballón dejarán marcadas nuestras piernas.

Alejándonos de la capital, introducidos de pleno en Sierra Morena, nos vamos a aventurar por remotos parajes apartados de la presencia humana. Algunos cortijos supondrán el único contacto con la civilización. El resto lo completan el olivar y la dehesa.

Entre Adamuz y Obejo, por kilómetros de estrecha y sinuosa carretera se encuentra el puerto del Caballón. Un continuo de valles y ríos con mayor o menor caudal conforman la comarca del río Guadiato -que, no obstante, fluye más lejos, hacia el Oeste-, que linda con la vecina comarca de Los Pedroches. En medio de la nada, como un oasis en el desierto, encontramos Obejo, la trampa de Sierra Morena.

Llegamos a Obejo procedentes del río Cuzna.

Cualquiera de los accesos a esta localidad serrana nos supondrá un buen esfuerzo, ya que contamos no menos de quince puertos en sus alrededores, la mayoría calificables como de segunda categoría. El propio pueblo ubicado a más de 700 m. de altitud cuenta con distintas vertientes de ascenso, muy interesantes todas ellas, siendo sin duda las occidentales, las que vienen remontando desde el río Guadalbarbo por la Fuenfría, las de mayor belleza.

El acceso por el norte es relativamente más cómodo, aunque el estado de las carreteras es deleznable, principalmente la que, procedente de Pozoblanco, asciende hasta el puerto del Castaño (801 m.) por el cortijo de la Canaleja. Afortunadamente se ha aprobado su reasfaltado por las autoridades competentes, esperemos que más pronto que tarde.

Por el sur, la vieja carretera que procede del Embalse de Guadalmellato cuenta con varios repechos de interés y, sobre todo, con el largo y duro ascenso al collado de Arroyo Hondo (719 m.), que se corona en las proximidades del pueblo.

Collado de Arroyo Hondo con el embalse del Guadalmellato al fondo.

Desde el oriente destaca, con nombre propio, el mencionado puerto del Caballón, que es el que aquí nos atañe. Situado prácticamente en una encrucijada de tres caminos, sólo dos de sus vertientes resultan de interés para el ciclista: la más corta, desde el río Cuzna, que cuenta con algo más de 6 km. por encima del 7% de pendiente media, y la más larga y dura, aunque también irregular, que se inicia en el puente sobre el río Varas, rozando por dureza –y en no menor medida por belleza- la primera categoría.

Lo abrupto de la geografía de toda esta zona contrasta con la monotonía paisajística, formada esencialmente por olivos, excepto en aquellos lugares donde hace acto de presencia la dehesa, que irá ganando terreno hacia el oriente cordobés, mientras que la fauna, ésta sí variada, que habita estos andurriales está representada esencialmente por el jabalí, el zorro, la nutria y el ciervo, a más de aves como perdices, mochuelos, cernícalos, águilas, córvidos, etc.

Sin duda unos parajes ideales para perderse –o encontrarse- a lomos de nuestra inseparable flaca.

Alto de San Jerónimo – Las Ermitas.

Puerto de El Caballón.

GALERÍA FOTOGRÁFICA.

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