Cuando la geografía de una provincia no es especialmente benévola con los locos de las cumbres, cualquier cuesta, por insignificante que sea, es acogida con agrado en las rutas ciclistas. La tendencia habitual de los cicloturistas hispalenses, ante la escasez de montañas de enjundia, es la de desplazarse hasta los pies de la Sierra de Grazalema y conquistar la cima de sus puertos. Sin embargo, una incursión por el sur de nuestra provincia nos descubre que, al final de la llanura, también existe una comarca sevillana en la que gozar de nuestra afición: Algámitas con el escarpado ascenso al camping El Peñón y Estepa con la subida al Cerro Becerrero -que es, a día de hoy, lo más parecido a un puerto de primera categoría en la provincia de Sevilla- son protagonistas de este encuentro con la Sierra Sur.
Al margen del Guadalquivir
El Guadalquivir, arteria principal de la comunidad andaluza, surca desde el Este hacia el Suroeste la provincia de Sevilla y su valle, más bien depresión a estas alturas del curso del río, la divide en tres partes: de un lado, hacia el Norte, la vega da paso a una sucesión de lomas que conforman la Sierra Morena hispalense en la que la dehesa pronto desplaza al olivar y a otros cultivos como el trigo, el algodón o el girasol; de otro lado, río abajo, las marismas de Doñana, que limitan con las provincias de Cádiz y de Huelva; por último, hacia el Suroeste, la campiña y sus largas fanegas de cultivo terminan por ondularse en un océano de olivos hasta penetrar tímidamente en las estribaciones de las Sierras Subbéticas antes de abandonar la provincia.
La figura del Peñón de Algámitas y de El Terril son fácilmente reconocibles desde buena parte de la provincia.
En este punto suroriental encontramos la comarca de la Sierra Sur, limítrofe a otras tres provincias andaluzas -Córdoba, Málaga y Cádiz- y conformando con sus elevaciones la antesala de la Serranía de Ronda y la Sierra de Grazalema. Se trata de un conjunto de serrezuelas -separadas por cursos de agua permanentes y arroyos ocasionales- que alcanzan su máxima altitud en la Sierra del Tablón con los 1.128 m. del Terril y los 1.121 m. del Peñón de Algámitas.
Dentro de la comarca, por su especial valor naturístico destaca la Reserva Natural del Peñón de Zaframagón, abrigo de rapaces como el buitre leonado, la Reserva de la Laguna del Gosque o la Vía Verde de la Sierra –dentro del proyecto de recuperación de antiguos trazados ferroviarios para el senderismo y otras prácticas deportivas-.
En primer término Pruna y su castillo en lo alto de una peña. Atrás Olvera y la Sierra de Grazalema.
Históricamente el ámbito rural ha sido el principal medio económico de las distintas localidades de la comarca que, aún hoy, siguen fundamentando su subsistencia en el cultivo de secano con el olivar como principal fuente de riqueza y, en menor medida, en el de trigo, girasol y algodón. En un segundo plano, la ganadería adquiere también cierto protagonismo, no resultando extraño toparse con porquerizas, rebaños de ovejas y apriscos de cabras en las proximidades de las carreteras de la sierra.
Además, un incipiente turismo de interior hace tímido acto de presencia auspiciado principalmente por las localidades más pobladas de la Sierra Sur y comarcas aledañas -Estepa, Morón de la Frontera, Osuna, Olvera…- que atraen sin dificultad al visitante con el encanto de sus admirables caseríos y con la ancestral prosapia de sus milenarias callejuelas.
De Algámitas a Pruna existe una carretera que pasa entre el Peñón y El Terril por el puerto del Zamorano (778 m.).
Nosotros, en este afán cicloturista que siempre nos mueve, para conciliar el aspecto deportivo con el turístico, proponemos una asociación entre el encanto de la más áspera montaña del escarpado Peñón de Algámitas, naturaleza salvaje, y el de la travesía por las empinadas calles de la monumental Estepa en pos de la solitaria cumbre del Cerro Becerrero. Estaréis de acuerdo en que, por dureza y por entorno, Peñón y Becerrero son algo más que un par de simples cuestas de la provincia de Sevilla.
Algámitas y el Peñón.
Llegar a Algámitas desde Osuna fue hasta hace un tiempo muy enrevesada y no menos atractiva ruta por el puerto de los Barrancos Blancos, pero desde hace unos años una nueva carretera ha acercado esta zona de la sierra al visitante que ahora se adentra cómodamente por un paisaje de suaves aunque agrestes colinas de poca elevación. Una vez llegados a El Saucejo descendemos hasta el río Corbones, afluente del Guadalquivir, y separación natural entre estas sierras previas y la del Tablón, y cuyas aguas dan vida a unas tierras poco beneficiadas por las lluvias. Destaca la presencia por estos lares del meloncillo, mangosta que en Andalucía cuenta con su principal hábitat en los arcornocales de Málaga y Cádiz y que, de vez en vez, se deja ver por las proximidades del Corbones.
Ya en el descenso hemos podido contemplar en primer término la mole rocosa del Peñón de Algámitas rompiendo la monotonía de romas colinas con su perfil estridente. La importancia de esta montaña es tal que el pueblo que se asienta en sus faldas recibe su nombre de ella: algami en árabe significa “peña”.
Se infiere de este dato también la impronta de los musulmanes en el origen de la plaza actual. En torno a la carretera de Pruna que lo atraviesa formando una U invertida se estructura el pueblo, que cuenta con poco más de 1.300 habitantes, asentado en los pies de la Sierra del Tablón y el Peñón. Sus orígenes parecen remontar al neolítico, como muestran los restos de hachas pulimentadas que se han encontrado en los alrededores. Los iberos, más concretamente los túrdulos, fueron los primeros en poblar la zona que se extiende desde Pruna hasta el río Corbones. Luego pasarían por aquí romanos y musulmanes. Fue la Sierra Sur una zona fronteriza durante muchos años entre el Reino de Castilla y el Al Andalus musulmán, así se conservan por los alrededores numerosos castillos, como el de la cercana Pruna, Olvera o La Puebla de Cazalla. A los árabes debe el pueblo su fisonomía característica de calles y casas enjabelgadas, si bien hay que reconocer que su estampa no es comparable a la de otros pueblos blancos de la vecina sierra gaditana.
Algámitas es, en definitiva, un apetecible asiento de paz y sosiego, un remanso de tranquilidad para quienes gustan de huir del bullicio y la algarabía de la urbe y para quienes -como nosotros- disfrutan pedaleando por esos pocos lugares que restan recónditos a la par que cercanos de casa.
Estepa, ciudad monumental.
Como una cabeza que emerge entre las olas del mar, así descuella Estepa alzada sobre el cerro de San Cristóbal enseñoreándose desde su altiva alcazaba sobre un verde piélago de olivos que se pierde con la mirada. Desde las murallas se desparrama, como una paloma con las alas desplegadas, el blanco caserío por el que se dispersa una pléyade de iglesias, conventos y algún que otro palacete, monumentos todos que valieron a Estepa la denominación de Conjunto Histórico-Artístico a la ciudad en 1965.
Bucear en los orígenes de la ciudad nos lleva a la prehistoria: los turdetanos habitaron estas tierras antes de que los cartagineses fundaran Astapa en el emplazamiento actual de la Alcazaba. Los romanos, tras devastarla y reconstruirla, la denominaron Ostippo y los árabes se hicieron fuertes en Istabba hasta que Fernando el Santo la reconquistó en 1240 para el reino castellano.
Entre sus monumentos más importantes destaca la línea renacentista de la iglesia de Santa María, actual Museo de Arte Sacro, y la barroca de las iglesias de los Remedios y del Carmen. También en el ámbito religioso sobresale la Semana Santa estepeña, cuyas excelente imaginería y procesiones la convierten en la más importante de la provincia tras la de la capital.
Pero en la estampa de Estepa despunta la fortificación de la Alcazaba, con sus restos de murallas originarios del período islámico (S. X y posteriormente restauradas en sucesivas etapas) y la torre del homenaje. Dentro del recinto se ubica también el Convento de Santa Clara (1599) obra de transición entre el Barroco y el Renacimiento. Las monjas de clausura que lo ocupan elaboran artesanalmente deliciosos pasteles y, por supuesto, esos característicos productos navideños cuando se aproximan tan señaladas fechas.
Precisamente es reputado el pueblo por la elaboración de mantecados y polvorones, constituyendo esta actividad uno de los principales medios económicos de Estepa junto con la producción de aceite de oliva, celebrado por su excelencia desde tiempos de los romanos y que cuenta con denominación de origen protegida.
Conocer Estepa es, en definitiva, respirar el acogedor ambiente de sus calles, adentrarse entre las paredes de sus monumentos, degustar sus exquisitos manjares… Y nosotros estaremos siempre dispuestos y encantados con ello, aunque nunca antes de escalar hasta la cima de la Repetidora de Becerrero, no sea que sus duras rampas se nos engollipen como un polvorón sin la agradable compañía de una dulce copita de anís.
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