Altimetrías

Lagos de Covadonga, el despertar de La Vuelta y el nacimiento de un mito.

Estado del firme:***

Dureza:***

Volumen de tráfico:***

Consejos y sugerencias: uno de los pocos puertos que adquieren la categoría de «mito» en nuestro país debe ser motivo de obligada peregrinación para todo cicloturista que se precie. Por recomendar algo, procurar -en la medida de lo posible- escoger bien el día para, al menos, evitar la lluvia. Por no decir si tenemos la suerte de elegir un día despejado de nubes o que vaya despejando a medida en que vamos ascendiendo.

Los Lagos de Covadonga se ha convertido en algo más que un ascenso para cualquier ciclista. Como los creyentes a la Santina, los cicloturistas acudimos en peregrinación para catar las duras rampas de su ascenso. Al fondo, la rampa remonta a media ladera. Se trata de la mítica Huesera.

Quizás porque fue el primer gran puerto -con permiso de Pajares y Sierra Nevada- en incluirse en la Vuelta Ciclista a España; quizás porque el mismísimo Hinault -derrotado por Lejarreta en su cima- afirmó que se trataba de una subida más dura que todo un Alpe D’Huez; quizás porque su inclusión se llevó a cabo el primer año en que la carrera se retransmitía íntegra por televisión para asombro de un país que aún entre bostezos despertaba de su eterno letargo de complejos y comenzaba a descubrir la belleza de los rincones más recónditos de su geografía; quizás porque la grandiosidad del paisaje de Picos de Europa sublima a cualquiera, incluso a quienes no poseen la menor sensibilidad para apreciar la majestuosidad de la naturaleza en general ni de la montaña en particular; quizás por uno, por varios o por todos estos motivos y algunos otros que se puedan esgrimir, nos parece fuera de toda duda que Lagos de Covadonga es de largo el puerto con mayor halo de misticismo dentro del ciclismo patrio, aunque como ocurre con el pirenaico Tourmalet en nuestro país vecino, su ascenso hace años que dejó de ser el más duro para los ciclistas, el más atractivo para el espectador o el visitante, o incluso aquél en que se han producido las batallas más determinantes de nuestro deporte.

Pocas son las personas que no hayan oído hablar de Lagos de Covadonga y que no lo relacionen con el deporte del pedal. Eso sólo ocurre con cimas que transcienden más allá del aficionado al ciclismo.

Gracias a La Vuelta, a TVE y aquel lejano 1983 -y años venideros- fuimos muchos los cicloturistas que localizamos en el mapa esta subida y aún hoy la marcamos entre las imprescindibles… la huella que nos dejó en su momento es imposible de borrar.

Pero Covadonga, así como su entorno, comienza mucho más atrás en el tiempo formando parte de la historia de nuestro país. Precisamente entre la historia y la leyenda se ubica la figura de Don Pelayo, un noble o quizás señor de caudales, a quien se le ha figurado históricamente como el cabecilla de la rebelión contra la invasión musulmana de la península que comenzó en 722 con la denominada como como Batalla de Covadonga, controvertido punto en que suele ubicarse el inicio de la llamada Reconquista.

Al poco de circular por la rotonda que nos lleva al Santuario y seguir nuestros pasos hacia Los Lagos, observamos la planta del templo, de estilo neorrománico.

Precisamente a la «Virgen de las Batallas» se le rinde culto en el lugar por ese mismo motivo, aunque probablemente se trataba de un emplazamiento religioso de origen pagano que se adaptó a los acontecimientos y al devenir histórico. Así, desde la Edad Media la Santina atrae a una gran multitud de devotos, lo que devino allá por el s. XIX en la creación del fastuoso Santuario que se eleva a varios cientos de metros de la Santa Cueva (el nombre de Covadonga procede del latín Cova Dominica, es decir, Cueva de la Señora) en que se apareció la virgen a Pelayo para indicarle el camino de la victoria. Su culto y devoción desde entonces no ha hecho más que crecer y en 1918 fueron coronadas canónicamente su imagen y la del niño que porta en brazos.

En ese año la Montaña de Covadonga -con esta misma denominación- supuso el origen del Parque Nacional de Picos de Europa, el primero del país con tal grado de protección. Precisamente es la carretera de acceso al Parque la que vamos a presentar en este artículo, sobradamente conocida -como decíamos arriba- por haberse ascendido en un buen número de ocasiones en la Vuelta Ciclista a España.

Montaña de Covadonga fue el nombre original de este Parque Nacional que actualmente ocupa también territorio cántabro y castellanoleonés. Covadonga es conocida hoy día por el Santuario y Los Lagos.

Le hemos pedido a nuestros colegas de CyclingHistory que dieran un repaso a la historia de esta subida en lo que han sido hasta día de hoy. Un total de veinte ascensos en 35 años:

Covadonga. El despertar de la Vuelta.

Los Lagos de Covadonga son sin duda santo y seña de la Vuelta. Y es que en aquel ya lejano 1983 cuando se les bautizaba Lagos de Hinault (en alusión al lago Enol) en previsión de la victoria del francés en su cima, ya se intuía que iba a ser una subida santo y seña de la Vuelta.

Sus duras rampas se equiparaban a las del Alpe d´Huez francés, y su terrible tramo de la Huesera obligaba a compararlo con los puertos más duros de fuera de nuestras fronteras.

La estrella de los Lagos se vio refrendada durante los años 80 y buena parte de los 90. Y es que los grandes luchaban la victoria de etapa en su cima. El prestigio y la importancia de la etapa en el contexto de la Vuelta eran razón suficiente.

Así pasamos de una majestuosa victoria de Lejarreta en el estreno en el 83 ante un combativo pero impotente Hinault que apenas si podía limitar pérdidas, a batallas entre locales y foráneos.

Como olvidar los duelos en el 85 y 86 de Perico y Millar con un triunfo para cada uno. O las exhibiciones del jardinerito Herrera en el 87 y el 91.

O la fantástica subida del 92 en la que Perico conseguía su última victoria en una grande tras deshacerse del líder Montoya y Rominger, si bien éste sería el ganador final de la Vuelta.

Posteriormente podemos recordar la segunda victoria en Lagos de Jalabert en 1996, con exhibición de la ONCE y 1-2 en la cima de Jalabert y el líder Zulle. En un día que sin embargo se recordará como el último día de Indurain en una bicicleta. El navarro abandonaba antes de Cangas de Onís sin llegar a subir los Lagos. Una cima en la que había perdido el amarillo en el año 85, y una etapa en la que había tenido que abandonar años atrás tras caerse en el Fito.

Los Lagos representan mejor que ninguna otra subida, la imposibilidad de Indurain para hacerse con la Vuelta.

Sin embargo, ya a finales de los 90 y sobretodo en el nuevo siglo, la subida ha perdido interés. Y si bien su belleza es indudable, los favoritos han “despreciado” la subida hasta el punto de que en las últimas ediciones casi siempre ha ganado un ciclista proveniente de una fuga.

La última subida en 2016 nos volvió a retrotraer a aquellos maravillosos 80, con los grandes jugándose la etapa y el liderato. Con alternativas, con altibajos, y con victoria de etapa para el posteriormente ganador de la Vuelta, Nairo Quintana. Una ascensión final muy bonita en la que un muy valiente Contador iba de más a menos en la subida, mientras que Froome remontaba y Nairo ganaba.

Esperamos que este 2018 podamos disfrutar de una etapa atractiva de nuevo, en una ascensión que a todos los amantes del ciclismo nos hace ilusionarnos y soñar con aquel día de la primavera de 1983, en el que la Vuelta cambió para siempre, y en el que Marino Lejarreta abrió el camino de un puerto distinto, que consiguió que la Vuelta fuera vista con otros ojos, y en el que muchos de nosotros tenemos algunos de nuestros mejores recuerdos como aficionados a este maravilloso deporte.

Pedro Gª Redondo.

Como referencia inicial vamos a tomar la capital del Concejo de Cangas de Onís, que no es más que la villa homónima, que fuera también tamprana capital del Reino de Asturias y sede del Rey Don Pelayo. Siempre hay que dejar un lapso de tiempo para visitar Cangas, pues no se tarda demasiado en patear su caserío. Imprescindible la foto junto al puentón (puente medieval, posible restauración de uno anterior de época romana) con la cruz sobre la media luna invertida, símbolo de la victoria cristiana sobre el islam, colgada de su arcada central.

Empezamos nuestra altimetría al paso por La Riera, aunque aún seguiremos varios kilómetros de falso llano ascendente.

Desde Cangas vamos a tomar la AS-114 en dirección Este hacia Soto de Cangas para, una vez aquí, enfilar camino hacia Covadonga. La carrera suavemente sigue ya tendencia ascendente, pero no será hasta llegar al pequeño caserío de La Riera cuando demos comienzo a nuestra altimetría, conscientes de que aún restan unos cuantos kilómetros para que la cuesta se vuelva más exigente.

Aquí el tráfico será doblemente molesto, por los coches que visitan el Santuario y los que hacen lo propio con el Parque (hay que mencionar que existen restricciones de ascenso para vehículos de motor, sobre todo en fechas eminentemente turísticas).

Varias zonas encontraremos habilitadas para aparcar los vehículos antes de ganar la rotonda en que se bifurca el camino, cruce en que hay consenso para señalar el verdadero comienzo a los Lagos de Covadonga, aunque llevemos casi un kilómetro dependientes «incómodas».

Poco antes de llegar aquí ya hemos notado un incremento en la rampa, pero existe consenso general en dar por iniciado el ascenso en esta rotonda.

Desde este punto hay poco menos de nueve kilómetros de subida casi ininterrumpida hasta el primer descenso, con algún que otro falso llano que rompe las continuas rampas de doble dígito y con una sensación de «in crescendo» que no culminará hasta pasada la Huesera con la propina de la rampa del Mirador de la Reina.

La carretera se adentra desde el principio en un frondoso bosque que más bien parece engullirnos. Raro será que encontremos el asfalto completamente seco, porque la humedad desde primera a última hora del día entre la vegetación no falta, cuando no llueve o baja la niebla.

El tupido verdegal llega a techar por momentos nuestras cabezas.

Por suerte para nosotros el trazado de la carretera es lo suficientemente sinuoso como para mantener entretenida nuestra cabeza, de tal modo que el ritmo lo iremos ganando al subir de forma intuitiva varios piñones.

Cualquiera que conozca -aunque sea de oídas- el ascenso sabe que hay que guardarse un par de puntitos para la Huesera, pero las constantes rampas a más del 10% tampoco nos permiten relajarnos, ni siquiera por más que pasado el Mirador de los Canónigos se note un ligero descenso en la pendiente.

De vez en vez un claro nos permite ver el entorno. La dureza no ceja.

Tras varias curvas, concretamente, una vez salimos de una cerrada herradura a derechas la pendiente se va a incrementar a la par que empezamos a notar que la vegetación se va a ir abriendo hasta acabar por despejarse de las márgenes de la carretera. Se abre la panorámica a nuestra derecha -si la niebla lo permite- y, al punto, el prado que clarea a nuestra derecha vuelve a cerrarse por la arboleda.

Entretenidos en discernir qué hay más allá del follaje, casi sin percatarnos, hemos echado mano ya del cambio en varias ocasiones para ajustar la cadencia. Somos conscientes de que no hemos llegado al punto candente del ascenso y empezamos a preguntarnos si es mejor reservar una última corona para ese momento o engranarlo ya todo y reservar piernas: les cofesamos que ante esta duda, nunca hemos encontrado respuesta… al final cada cual sube como puede.

Por suerte el ganado, a diferencia de la cuesta, es manso.

Precisamente cuando las biondas de madera desaparecen y dejan su puesto a unos preciosos malecones empedrados, entonces nuestras piernas se echan a temblar, por no hecer mención de nuestros riñones.

Pero hay que reconocer que en nuestro masoquismo ciclista es éste el lugar a que estábamos deseando llegar. La Huesera. Poder afirmar aquello de «yo fui a Covadonga, subí los Lagos y superé las rampas de la Huesera».

La carretera rasga a media ladera la montaña trazando una línea prácticamente recta por una rampa que se sitúa constante por encima del 10%. Una media de poco más del 13% para un kilómetro no es ninguna broma. Algo parecido debieron pensar los primeros ciclistas en ascender hasta aquí -aun sin conocer los datos exactos- e incluso los profesionales durante los años ochenta, cuando los desarrollos más cómodos permitían quizás una multiplicación de 42×24.

Así visto no parece para tanto…

La montaña se nos muestra en todo su esplendor precisamente en el momento en que apenas vamos a poder hacerle mucho caso: toca clavar los ojos en el negro asfalto y agarrar con fuerza el manillar. Siempre nos quedará el descenso para disfrutar de este entorno sin par. Si acaso, tras una vaguada a derechas, podemos permitirnos echar un tímido vistazo para comprobar con nuestros ojos el lugar de la tortura, la mítica cuesta donde tantas veces hemos visto atacar a nuestros ciclistas favoritos. El lugar rinde honor a su leyenda.

Arriba escudriñamos el trazado de la vía rasgando la caliza. Trazamos una cerradra herradura a izquierdas pensando que al salir de la misma se acaba la tortura, pero la rampa sigue torturándonos. Por si nos queda alguna duda, un nuevo cartel nos informa al respecto…

Tras este curveo acaba el tramo más duro que daba inicio con La Huesera.

Con el piloto rojo encendido y el motor echando humo nos vamos a topar con un regalo inesperado. Ahora sí, al salir de una curva a derechas la cuesta ceja y lo hace, además, durante varios cientos de metros.

Con tiempo sobrado para dar un sorbo de agua y relajar la musculatura, empezamos a ilusionarnos con alcanzar la cima del puerto, objetivo que teníamos antes de plantarnos a los pies de la Santina y que, curiosamente no ha revoloteado por nuestra cabeza hasta ahora, entretenidos como íbamos por ir avanzando metros poco a poco.

Ya en el Mirador de la Reina. La tentación de emular al ganado es alta.

El caso es que por más que uno estudia el perfil, la primera vez que sube este puerto no llega a tener claro cuánto le queda, ni si lo que le queda es duro. La respuesta es sencilla: quedar queda mucho, y duro lo es bastante. Lo que pasa es que somos sabedores de que hay descensos y la pendiente media del puerto baja por ello considerablemente, pero tras el descansillo viene la rampa del «Mirador de la Reina» y luego, ya sí, nos encontraremos con el primer descenso.

Junto al mirador vuelve a empinarse la carretera y, aunque ahora lo hará de una forma menos regular, no faltarán las rampas de doble dígito durante más de un kilómetro.

El paisaje, niebla mediante, es absolutamente impresionante, de los de quitar el hipo.

Tras un primer descenso aún no llegamos a Los Lagos, antes bien una nueva rampa se eleva ante nuestra atónita mirada.

Coronamos un altillo y llaneamos durante varios cientos de metros antes de afrontar un primer tramo de descenso. Pensábamos que ya estábamos en el primer lago, aunque pronto vamos a salir de nuestro error, pues para empezar la cuesta al instante vuelve a empinarse.

Es de veras moralmente demoledor encontrarse con este repecho cuando uno ya pensaba que todo el pescado estaba vendido. Pero no queda más que apretar fuerte el manillar y tirar de riñones una vez más o abandonar el sillín para dejar caer todo el peso sobre las bielas. No pensábamos encontrarnos aquí otro kilómetro al diez por cien de media y la verdad es que nos está pasando factura todo lo ascendido previamente.

Ahora sí que la bajada nos conduce al primero de los lagos de origen glaciar, el Enol.

Sin embargo con tesón todo se consigue y como toda cuesta tiene un fin, coronamos el altillo con la esperanza de que ahora sí el descenso nos lleve hasta el primero de los lagos.

Comenzamos la bajada y una curva cerrada a izquierdas nos deja a la vista el Enol. Ni en nuestros mejores sueños habíamos soñado un paraje tan bonito, ni nuestra imaginación habría podido imaginar semejante sitio. Como siempre ocurre en estos casos el cansancio se desvanece, como si la sola belleza de la montaña que nos rodea pudiera mitigar los esfuerzos realizados.

Sabemos -ahora sí a ciencia cierta- que aún nos queda un trecho hasta el lago más alto, el Ercina. Hasta allí la carretera empeora, pero por contra la pendiente se muestra más liviana, como si el puerto se hubiera rendido ya a nuestra escalada. Se dejan hacer los últimos metros, que incluso acaban en descenso hasta un bar, que nos viene que ni pintado en estos momentos.

Camino del lago Ercina encontramos una carretera en peor estado, pero también menos dificultad en la pendiente.

Así, tomando un refresco en la cima y con música de cencerros de fondo, nos recreamos con esos momentos que acabamos de vivir, reviviendo partes completas del ascenso y comentándolas con los colegas de grupeta, considerándonos una parte, por minúscula que sea, de ese mito ciclista que son Los Lagos de Covadonga.

GALERÍA FOTOGRÁFICA.

Mapa:

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