Estado del firme:***
Dureza:**
Volumen de tráfico:*
Consejos y sugerencias: absolutamente recomendable la visita a la parroquia de Bandujo.
Aventurarse, sin más, por las carreteras asturianas puede costar caro. Y no nos referimos sencillamente al hecho de pagar los esfuerzos en un cuestón inesperado -que también-, sino a cometer el error de darse la vuelta en la cima de un puerto y no asomarse a visitar el pueblo que hay varios kilómetros más allá. El desconocimiento y la falta de estudio previo de la zona nos privó de visitar Bandujo después de subir la preciosidad de carretera que hasta allí llega y ya que nos dimos la vuelta en el alto. Error de principiantes, pecado de ignorancia: volver, empero, no será penitencia.
Y es que para presentar esta altigrafía, como es costumbre, buscamos un poco de información del contexto de la subida, de las poblaciones cercanas y nuestra sorpresa y estupor ha sido completo. Como les acabamos de aconsejar algo más arriba: no dejen de visitar Bandujo.
Hasta el siglo pasado Bandujo había permanecido en casi total aislamiento debido a la falta de una vía de comunicación fácil y cómoda. Hoy día, desde la llamada Senda del Oso, aún se puede acceder a pie por el antiguo camino medieval -mitad terrizo, mitad empedrado- que trepa hasta la aldea en unos dos kilómetros y medio (ni imaginar podemos las pendientes que se han de superar caminando). Dicho esto, el alto de Bandujo que nos disponemos a presentaros parecerá pese a sus varios kilómetros por encima o cercanos al 10% una bagatela en comparación. Y eso que superarlos no será asunto baladí.
Y es que en Asturias, casi cualquier puerto, además de bonito, suele esconder cierta dureza y el ascenso de Bandujo, como no es para menos, alcanza en poco más de siete kilómetros la primera categoría.

A la derecha, comienza el ascenso. No podemos esconder que este tipo de carreteras estrechas entre montes son nuestras favoritas.
Empieza el mismo en las proximidades de Proaza, concretamente al sur de la localidad cabecera del Concejo, partiendo de un cruce a la derecha al poco de abandonar las últimas edificaciones de la población.
En su inicio, concretamente hasta pasado el primer kilómetro, coincide con el ascenso por su vertiente sur a Cruz de Linares, siendo que en su caso la carretera cuenta con salida hacia el norte, mientras que la que nosotros vamos a seguir acaba muriendo en Bandujo.
Ya de inicio, tan pronto como abandonamos la agradable ribera del Trubia trocándola por la del Bárcenas, la carretera se empina para ubicarse siempre -ya por exceso, ya por defecto- en las proximidades del 10% de pendiente. Pronto nos vemos encajonados entre la pared de roca a nuestra derecha y una cortina de tupida vegetación que por nuestra derecha parece querer abrazarnos.
Una característica reseñable de este puerto es que, pese a que cuenta con varios descansillos más o menos largos los tramos ascendentes son verdaderamente constantes en su pendiente y casi siempre muy próximos o directamente por encima del 10% salvo contadísimas excepciones, como la travesía de Proacina.
Precisamente con un primer descansillo -tras un inicio feroz- nos vamos a topar cumplido apenas el primer kilómetro de ascenso. Y es que, dejado a nuestra derecha el camino que nos conduce hasta Sograndio y Murias y el vecino puerto de Cruz de Linares, giramos a la derecha para bajar hacia el cauce del Bárcenas y, breve descenso mediante, lo atravesamos en un puentecillo sobre vaguada a izquierdas.

Por momentos la arboleda se espesa hasta el punto de que apenas sí deja pasar unos tenues rayos de luz en este tramo previo a Proacina.
Si la vegetación antes era tupida, ahora aún más se espesa; si antes parecía querer abrazarnos, ahora lo consigue. Y con su sombra esconde a nuestro ojo los baches y hendiduras que presenta la carretera… tomamos nota para cuando volvamos en descenso. Por otra parte la cuesta se vuelve a empinar -14% de pico al salir de una primera herradura a derechas- hasta el punto de que, pese al corto descenso, la pendiente media del kilómetro supera el 9%.
Entre el túnel que forma la foresta y las fuertes pendientes, experimentamos doble sensación de ser atrapados: la bici no avanza y la carretera parece no tener salida entre tanto follaje hasta que, tras varios cientos de metros, algún claro nos permite discernir los montes colindantes. Como era de esperar: Asturias siempre sinónimo de belleza.
A medida que finaliza el tercer kilómetro de ascenso, se abre la vegetación a la par que vamos notando cierto alivio en nuestro pedaleo. Al fondo aparece una aldea y al punto, tras un descansillo, el ascenso torna suave y un cartel nos anuncia de que nos encontramos en Proacina. Su travesía, breve como el caserío mismo, no tiene desperdicio: una pequeña iglesia Románica fiel la sobriedad propia de su estilo, varios hórreos al pie mismo de la carretera no nos pasan desapercibidos, al igual que la fuente a la salida del pueblo. No llegamos a reconocer, en cambio, el Palacio de Proacina, de cuya existencia supimos luego.
Tras las últimas casas, la fuente de límpido caño y, a continuación, el camino nos concede una nueva tregua antes de enconarse: aún nos queda más de la mitad de la subida. Para continuar, lo más inmediato es un kilómetro que vuelve a rondar el 10% de pendiente media antes de afrontar un descenso más largo y pendiente que los anteriores y los poco menos de 2,5 km. finales, lo más duro del ascenso.
Durante el inicio de este kilómetro nos será posible disfrutar de unas excelentes panorámicas valle abajo, con la Montaña Central, con las calcáreas crestas de la Sierra de Caranga -para ser concretos- como encrespado telón de fondo hasta que una preciosa herradura a derechas nos devuelva a rumbo oeste. Entonces, tras sobrepasar un colladito, el campo de visión se va a abrir hacia el sur y, con el anchuroso valle a vista de pájaro, tratamos de calibrar si fuéramos capaces de discernir en lontananza la junta donde el Quirós y el Teverga entremezclan sus cauces para formar uno solo con la denominación de Trubia y, a su vez, nos cuestionamos por las montañas que acotan el excelso paisaje, altas, estridentes, ingentes… aventuramos el macizo de Ubiña, más quizá se trate de montañas colindantes: difícil empresa para el ojo profano.
Embelesados vamos a coronar este kilómetro que, no por bello deja de ser duro, y aún en pleno disfrute del entorno, en raudo descenso nos vamos adentrar, por no decir incrustar, un bosque. Tal vez sea por efecto de su vecindad, pero el caso es que advertimos una sensación de que el pinar y su altura empequeñecen la carretera y el ciclista que ni siquiera las montañas nos habían hecho notar nunca.

La carretera parece ser devorada por el bosque. La magnitud del entorno nos hace sentirnos minúsculos.
Y así, minúsculos, disminuidos también ya en nuestra capacidad física por el esfuerzo, ante el escenario gigantesco de la montaña asturiana, nos veremos obligados a recurrir al último recurso de todo ciclista: el amor propio. Hay que tirar de casta.
La primera rampa, con la elevada velocidad que se adquiere en el descenso, apenas se nota hasta que la inercia deja de ejercer su insuficiente influencia: para cuando hayamos querido darnos cuenta, habremos vuelto a engranar la más grande de las coronas de que dispongamos. Con todo, los pedales no giran, las ruedas no ruedan, por más que alzados hacemos por bailarla torpemente a uno y otro lado la bici no avanza.

Curva a derechas con un mirador de imponenetes vistas.
En este conato de danza, alcanzamos una curva de herradura con un mirador en su exterior, poderosa tentación que, pese a todo, abandonamos con la mirada fija en la rueda delantera, alzando la vista apenas lo necesario para procurarnos, si acaso, el trazado más cómodo en una rampa constante al 15%, ilusos de nosotros.
En uno de esos vistazos observamos que la vegetación vuelve a cernirse sobre la carretera, que acaba por perderse entre la maleza. Despacio avanzamos con desacompasada cadencia.
La rampa se incrementa incluso hasta llegar al 17%, máxima punta de pendiente que hemos tomado en todo el ascenso, antes de conceder un último y celebrado descansillo para afrontar una consecución de herraduras, secuencia tras la cual la carretera se desembaraza por unos instantes de su techumbre y nos permite atisbar el trazado posterior a media ladera. Indagamos con la mirada la ubicación de la cumbre, no como si nos bastase simplemente con llegar hasta allí con los ojos, sino como una referencia para regular las exiguas fuerzas que nos van quedando.
Por unos momentos disfrutamos a nuestra izquierda de unas renovadas -incluso mejoradas- panorámicas sobre el valle que se despeña justo a nuestro lado desde la carretera: colosal, grandiosa… se nos agotan los adjetivos para la montaña asturiana.
Al poco una sorteamos una vaguada y disfrutamos de una magnífica visión del trazado de las últimas herraduras que trazan una perfecta zeta en la ladera.
La proximidad de la cima aguijonea nuestros maltrechos ánimos, infundiéndonos las energías necesarias para alcanzarla, oculta como está aún tras la arboleda.
Por fin intuimos el cambio de aguas y hacemos cumbre, casi como expedicionarios alpinistas, debido al esfuerzo empleado. Pero el Alto de Bandujo es uno de esos que dejan marcado no sólo por la dureza de sus rampas, sino sobre todo por la belleza de su entorno.
Y fue aquí, en el alto, donde decidimos volver nuestras pedaladas dejándonos caer plácidamente hacia la fuente de Proacina, ignaros de que aún nos faltaba la mejor parte de la ruta más allá del puerto: el pueblo de Bandujo (o Banduxu según lengua local). Poco menos de dos km. descendentes y en falso llano es la distancia sólo entre su cima y la parroquia, una suerte de diseminado de aldeas o barrios no demasiado dispersos entre sí recostados sobre la falda sur del Picu Cadiellos.
Bandujo aglutina, en efecto, una buena muestra arquitectónica de las distintas etapas de la historia de Asturias desde la Alta Edad Media hasta nuestros días, lo que hace de su visita casi más una obligación que un placer para el turista. Desde caminos medievales -como el mencionado arriba- a edificaciones de las diversas épocas: su iglesia de Santa María, de estilo Románico y la más antigua de todo el Concejo; la Torre de Tuñón (s. XIV) en el barrio de El Palacio, con su elegante forma cilíndrica y su cubierta cónica; la presencia de hórreos de hermosa factura que en muchos casos nos remiten a la estructura original de las mismas edificaciones allá por la alta Edad Media, aunque en su caso no remonten más allá del s. XVIII; o, por añadir algún detalle más, las viviendas de clara raigambre tradicional.
Esta amalgama que caracteriza la parroquia, tan heterogénea como es, conforma un todo muy armonioso a la vista, un conjunto que lo hizo merecedor de ser declarada BIC en octubre de 2009.
GALERÍA FOTOGRÁFICA.
Mapa:
Categorías:Altimetrías, Asturias, Puertos de Montaña
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