Estado del firme:****
Dureza:*
Volumen de tráfico:**
Consejos y sugerencias: ideal para hacer ruta con el vecino puerto de La Losa y con los Collados de la Sagra o bien para adentrarse en la Sierra de Segura. Imprescindible la cámara fotográfica.

Cima del puerto, con el cartel a nuestra izquierda. El Pinar es uno de esos parajes recónditos del noreste granadino que merece la pena transitar en bici, a pie o en coche.
En los confines de la provincia de Granada, allá donde limita con Jaén, Murcia, Albacete y Almería, en la comarca de Huéscar, nos encontramos para dar cuenta de un hermoso ascenso que, aunque no se trata de un puerto especialmente duro ni afamado entre los cicloturistas, nos ha cautivado por completo. Cabe puntualizar, en cualquier caso, que es su otra vertiente, que coincide con el inicio del vecino puerto de la Losa, la que verdaderamente nos ha soprendido.

El norte de la comarca de Huéscar es una zona bastente despoblada, de clima severo, de carreteras perdidas y hermosos parajes.
En el más oriental de los municipios granadinos nos disponemos a comenzar nuestra ruta, La Puebla de Don Fadrique, cuyo actual nombre remonta a la época de la Reconquista del Reino de Granada, cuando el II Duque de Alba, Don Fadrique Álvarez de Toledo acaudillaba las huestes fronterizas. Partiendo, pues, desde el cruce de la carretera que se dirige a la pedanía de Almaciles bordearemos la villa poblense sin llegar a adentrarnos, aunque comprobando desde sus afueras que el sitio bien merece una detenida visita a pie.
Repoblado con gentes de Navarra a finales del s. XV, algunos apellidos, danzas y costumbres son hoy claro legado de su paso y ocupación. Incluso la ferviente devoción de los poblatos hacia las santas Alodia y Nunilón. Por lo demás, La Puebla dista muy mucho de los típicos pueblos blancos de las Sierras de Cádiz, Málaga o incluso la Alpujarra granadina, siendo su arquitectura más “castellana” por así decir, muy al estilo de algunos pueblos jienenses en que, como aquí, predomina lo cristiano sobre lo musulmán. Entre sus monumentos más representativos se encuentran la iglesia catedralicia de Santa María de la Quinta Angustia (s. XVI), ejecutada en estilo gótico tardío, descollante casi en primer plano ante las viviendas de la plaza. Y de entre las viviendas, mención especial recibe algún caserón o palacete renacentista, como la casa de los Patiño, con su patio interior porticado. Curioso es el caso de la ermita -y paseo- de Las Santas, una obra reconstruida por completo a principios del XIX siguiendo el estilo modernista de Gaudí, un ejemplar de lo más singular, habida cuenta sobre todo de su localización en estos parajes.
En nuestro tránsito junto a la población también llamará la atención una ermita a la derecha de la calzada, consagrada San Gregorio. Ya a la salida un cartel un tanto “rústico” nos anuncia el puerto de El Pinar y es que, aunque muy suave, abandonamos el pueblo en pendiente ascendente, pendiente que hasta el segundo kilómetro, justo al dejar el cruce hacia los Collados de la Sagra a nuestra izquierda, no se verá incrementada dando sensación de verdadera cuesta, punto también en que se inicia un tramo de algo más de seis kilómetros entre el cuatro y el cinco por cien de media que da cuerpo a la primera parte del puerto.

Cruce hacia los Collados de la Sagra. Poco después, al cruzar un puente, la cuesta se empina definitivamente.
Almendros adornan un comienzo en que se mezclan desde el principio las zonas de cultivo con las agrestes, siendo que éstas últimas acaban por imponerse en la segunda mitad del ascenso y, sobre todo, en las inmediaciones de la cima.
En este contexto serrano destaca por encima de cualquier detalle la presencia de la imponente mole rocosa de La Sagra, la montaña más alta de Andalucía si obviamos Sierra Nevada, que con sus casi 2.400 m. de altitud difícilmente pasará desapercibida.

El pico de La Sagra, con sus casi 2.400 m. de altitud nos acompañará en la primera parte del ascenso.
La carretera se abre cada vez más a nuestra izquierda hasta que ganamos un collado que da paso a una zona de larguísimas rectas que atraviesan el pinar, rectas en las que un cartel nos anuncia que nos encontramos en Nablanca. De este paraje, según parece, se obtenía la arena silícea para la vidriera que da nombre al pinar de la cima y que estuvo en funcionamiento desde principio del s. XVI hasta probablemente el s. XVIII, aunque estas notas será más apropiado ampliarlas al referirnos a la otra vertiente del puerto que transita junto a la antigua fábrica, hoy restaurada como hotel, aunque en sin uso.
Al salir del llano y retomar el ascenso, nos desembarazamos un ápice de la arboleda y volvemos a ganar en panorámicas, aunque en esta ocasión hacia el Este: en días claros la mirada se pierde hacia la Sierra de María y las que por el norte limitan con la provincia andaluza, ya en Murcia.
No habremos completado un kilómetro cuando de nuevo la carretera nos ofrece un descansillo, incluso con ligera bajada. Algún cortijo nos devuelve a la civilización antes de que el pinar vuelva a envolvernos.

Nos topamos con un cortijo no lejos de coronar. Un lugareño nos informó sobre la presencia de un abrevadero con una fuente de agua potable en sus inmediaciones.
Apenas dos kilómetros restan hasta el puerto que, desde hace rato, no nos exige prácticamente esfuerzo y lo cierto es que en sus últimas estribaciones, más allá de que la subida vuelve a ser continua, tampoco es que tengamos que machacar las bielas.
Pausadamente, como contagiados por el sosiego del lugar, nos topamos en plena curva a izquierdas con el cartel que anuncia el puerto de montaña. Su descenso, más largo a la par que irregular, nos aguarda.

Foto de rigor en la cima. Como es habitual en muchos puertos, el cartel no se corresponde con la altitud de los mapas topográficos. En este caso nos la sitúa 62 m. por debajo.
GALERÍA FOTOGRÁFICA.
Mapa:
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