Estado del firme:**
Dureza:**
Volumen de tráfico:*
Consejos y sugerencias: lo ideal -si la preparación es adecuada- sería marcarse una ruta circular que incluya, como mínimo, los ascensos a Honduras y Tornavacas en Cáceres y, opcionalmente -si nuestro nivel es apto para estos menesteres- Covatilla o El Travieso en Salamanca. Será por sugerir…
Juntando estas líneas en días de aislamiento, con el canal de Teledeporte rememorando carreras del pasado, uno no puede por más que pensar que en este puerto del Tremedal se detuvo el tiempo en aquel 83 u 84 y que, desde entonces, todo ha permanecido inmóvil, fijo, inalterado. Se paró el reloj.
Sólo algún coche -si es que nos cruzamos con alguno- o los modernos paneles informativos -si contamos con cierta capacidad de observación- nos devuelven sutilmente a la realidad del presente, aunque sea por unos breves instantes, porque lo cierto es que desde que abandonamos la N-110 en las inmediaciones de El Barco de Ávila y nos desviamos por la provincial AV-P-675 a la altura de La Carrera, vamos a experimentar la sensación de estar emprendiendo un fabuloso viaje al pasado: la estrechez de la carretera, su irregular firme y, en general, su aspecto: ora un bache, ora una curva imposible, ora un estrechamiento aún mayor, ora otro bache, ora un tramo descarnado, aquí grava suelta, ahí la esquina de una casa de esas de piedra y madera de aspecto a menudo descuidado cuando no ruinoso haciendo las veces de curva, ora los muretes de piedra delimitando las fincas, aquí no hay un alma, por allá se oye el lejano ladrido de un perro… poblados despoblados.
Esta estampa cuasi onírica debe ser algo parecido a lo que los modernos llaman la «España vaciada», aquella España forjada en un medio de vida tan duro que muy pocos jóvenes están dispuestos a mantener con su esfuerzo, esa España ubicada en regiones en que la escarpada orografía y el clima inmisericorde -sobre todo este último- impiden la normal satisfacción de los quehaceres cotidianos, la mera supervivencia -si nos apuran-, esta España detenida en los domingos de misa y padrenuestro, café y carajillo, dominó y transistor, la misma España conscientemente alejada de la tan a veces innecesaria modernidad que derrochan las grandes ciudades y, a su vez, inexorablemente empujada por la irreductible fuerza del presente a exiliarse a ellas, la España de la que paradójicamente los más urbanitas nos escapamos huyendo, así, de nuestra diaria rutina, del semáforo y del claxon, de la llamada gentrificación, en pos de un lugar quieto, un rincón apartado y solitario por pequeño que sea, pero que aún conserve la esencia, una mínima expresión de lo realmente auténtico. Nuestro paraíso particular.

La carretera al paso por Los Loros parece una reliquia no ya de los años ochenta, sino de varias décadas atrás.
El puerto de Tremedal es ese paraíso, todo aquello que un cicloturista busca no ya cada día que abrocha su casco y ajusta el cierre de sus zapatillas, sino lo que anhela en el mismísimo momento en que escoge la bicicleta como su medio de escape. Porque, más allá de la pasión que uno pueda sentir por el deporte en general o por este deporte en particular, hay mucho de evasión de lo cotidiano en esta nuestra afición.
El comienzo en La Carrera va a suponer la travesía más larga de todo el puerto, de unos 600 m sin grandes pendientes, que concluiremos al pasar junto a la iglesia de Santa Ana, bastante grande para tan poca población y más antigua en apariencia de lo que realmente es, ya que se trata de una factura de principios del s. XX.
En este trayecto tan sólo hay que estar pendiente de no despistarse con algún cruce y de no pillar un mal bache.
Al pasar la iglesia, giraremos a la izquierda en un cruce bien señalizado y atravesaremos un pequeño puente sobre un arroyo, dejando Cereceda a nuestra derecha.
Ya en carretera, montañas de fondo y cercados de piedra delimitando huertas y pastos en ambos márgenes de la carretera.

Tras Lancharejo nos introducimos en un robledal cuya presencia domina la mayor parte del entorno del puerto.
Luego, al poco, otro cruce, esta vez hacia Navalmoro y llegamos a las primeras casas de Lancharejo, que son más bien unos chalets, torcemos una curva a derechas y ya estamos fuera de la población.
En general estas poblaciones que basaban su economía en la ganadería y la agricultura se han ido reconvirtiendo al turismo rural, de tal modo que es común que en algunas de estas aldeas haya casi más alojamientos rurales que vecinos empadronados.
En varios cientos de metros nos adentramos en un bosque de robles. La arboleda que encontramos en el puerto es variada y nosotros, poco entendidos en la materia, apenas somos capaces de distinguir unas pocas especies: robles, castaños, saúces: pero hay más. Y más próximo a la cima algún arbusto de mucha presencia por la Sierra de Gredos como el piorno.
Guardados por el follaje de los robles vamos a notar cómo la cuesta se anima por primera vez acompañada, también, de un doble giro en el trazado. Luego, continuamos agradablemente hasta un claro en que percibimos plenamente el magnífico entorno en que nos hallamos: no hay lugar donde poner los ojos en que no hallemos montaña: detrás, delante, a un lado, al otro, de cerca, de lejos… Al poco, ganamos un altillo en el cruce de Santa Lucía y pasamos de soslayo junto esta población, que dejamos a la derecha. En suave, aunque rápido descenso llegamos a Serranía que junto con Santa Lucía, Los Loros, Tremedal y otras entidades de población forman el término municipal de Solana de Ávila.
El pequeño caserío, con más viviendas que habitantes, nos regala las frescas aguas de su pétrea fuente y da paso a un corto llanete antes de alcanzar Los Loros, otra bella población de características similares -y también con fuente-. Alguna chimenea aún eleva hacia los aires su columna de humo, flanqueada por la espesa copa de unos enormes castaños centenarios que despuntan aquí y allá sobre las viejas techumbres. Sin embargo, Los Loros descuella entre las poblaciones de la zona por la riqueza de su entorno: su arboleda, su variada fauna -entre la que destaca la extraordinaria presencia de nutrias-; A nuestra derecha, un pequeño embalse, que remansa las raudas aguas -abundantes en truchas- procedentes de las vaguadas vecinas que en él confluyen, deviene hábitat apropiado para ánades y aves migratorias, además de medio natural para una extraordinaria diversidad de peces, y ello pese a lo exiguo de su tamaño. No es de extrañar, pues, que con todo lo dicho nos encontremos en el Parque Regional de la Sierra de Gredos, concretamente en sus confines occidentales, lindando con la provincia de Salamanca y la de Cáceres.
Así, las altas cumbres de estas sierras, a más de 2400 m. de altitud en algún caso, lindan con la Sierra de Béjar. Algún atisbo de nieve alcanzamos a vislumbrar en su cresta, donde el Calvitero.
Aún embelesados abandonamos el cómodo pedalear de los últimos metros y nos aprestamos a retomar el ascenso del que todavía no hemos completado la mitad.
De inmediato encontramos un nuevo cruce hacia Mazalinos y Solana de Ávila, pero nuestra ruta continúa hacia Becedas y Tremedal, el uno da nombre al puerto, el otro es inicio de su vertiente norte.
La carreterilla nos eleva a considerable altitud sobre el valle y va a penetrar en el espeso robledal, primero, para encajonarse en una barranquera, después, mediada la cual se alza la mencionada aldea de Tremedal. Serpenteará el trazado un par de veces en medio del robledal que, de primeras clarea hacia el embalse. La pendiente dejó de dar tregua hace rato e incluso se deja notar en la zona de curveo. Las características del puerto requieren de nosotros decidido empeño y lo vamos a conceder gustosos: gozando de las sombras, deleitándonos en las curvas, escudriñando entre la maleza. Así los kilómetros avanzan más rápido en nuestra cabeza de lo que lo hacen en nuestras piernas. La segunda tanda de herraduras ofrece nuevas perspectivas del entorno. Clarea ligeramente el follaje y el aroma de los arbustos odoríferos antepone por unos instantes nuestro sentido del olfato al de la vista.
Ralea el bosque finalmente, quizás sea consecuencia de alguno de los incendios que en los últimos años han hostigado estos montes. Levantamos la mirada al fondo: allí asoman dos grupos de casas en medio de la vegetación: al fin, Tremedal. La tan habitual en Gredos flor del piorno tiñe de amarillo las zonas despobladas de arbolado.
Tras un puente llegamos al primer grupo de casas, con apariencia de no dar cobijo a persona alguna. Sin embargo, el pueblo propiamente dicho lo encontramos algo más adelante, tras una estrecha vaguada a izquierdas.
Casas de piedras apiñadas que darían la impresión de ser un único casoplón, de no ser por la diferencia de altura entre unas y otras y por la presencia de alguna fachada enfoscada de más moderna apariencia. Sobre los techos se multiplican las chimeneas.
Giramos a la derecha en una abierta curva de herradura y esquivamos este pequeño anejo de Solana de Ávila. Un cruce a izquierdas nos da entrada nuevamente, aunque nosotros debemos seguir camino a Becedas para coronar el puerto.
Un vistazo, eso sí, nos permite distinguir el ábside de la iglesia, de apariencia antigua, aunque moderna factura. En sus inmediaciones, un bar, un parque e, incluso, una fuente -que no se ve desde la carretera del puerto- convidan a realizar un nuevo alto.
Hasta el puerto restan algo más de 2,5 km. de ascenso continuo, aunque paulatinamente más suave.
Pequeños huertecillos bien labrados atestiguan la presencia más o menos permanente de vecinos en el pueblo. Acabados los muretes de piedra, nos adentramos nuevamente en el bosque, aunque ya el robledal no será tan frondoso como varios kilómetros atrás. Ello, al menos, propicia unas panorámicas cada vez mejores de las montañas que nos circundan y del barranco que venimos remontando, como un premio al esfuerzo por llegar hasta aquí arriba. Finalmente, a más de un kilómetro para la cima, la montaña se nos presenta pelada, con un aspecto desangelado propio de zonas altas de montaña.
Tras negociar una última herradura a izquierdas, comenzamos a hacernos una idea de por dónde se coronará el puerto: tenemos la sensación de que el collado quedará a nuestra derecha, por donde las laderas parecen más bajas. Y es que, de hecho, la montaña presenta una suerte de escalera de tres collados, pero finalmente la carretera se decide por el de en medio: por nuestra derecha, más bajo, se alargaría el puerto en un rodeo; por la izquierda se coronaría más alto y, por tanto, con pendientes más fuertes. El término medio marca el camino.
En medio de nuestra soledad pastos, piedras y montañas.
El trazado toma dirección norte, aunque con alguna zona de curveo hasta coronar el puerto. En la cima del puerto, situada ligeramente más alta que la de sus primos del valle del Alberche y del Tiétar, encontramos un murete, un vallado y un paso canadiense. Cartel de puerto hay para la foto de rigor. Al cruzar el paso las vistas son indescriptibles.
GALERÍA FOTOGRÁFICA.
Mapa:
Categorías:Altimetrías, Andalucía, Puertos de Montaña
Puerto muy disfrutón, ideal para alejarse del mundanal ruido.
Con asfalto antiguo, que agarra, con campos magnéticos. Ochentero.
Tengo muy buen recuerdo de las dos veces que he tenido el placer de ascenderlo, por ambas vertientes.
Muchas gracias de nuevo por vuestro espectacular trabajo, Doble M. Sois unos fenómenos.
Un abrazo fuerte, amigos
Gracias a ti, Emilio. Disfrutón, sí señor. Y ochentero… puerto “retro”, jejeje