Altimetrías

Los Melonares, el hispalense más clásico.

Estado del firme:**

Dureza:*

Volumen de tráfico:**

Consejos y sugerencias: conviene haber recargado los bidones en el pueblo más cercano, porque no hay ningún punto posible de repostaje en muchos kilómetros y en verano la zona es un auténtico horno.

Desde hace unos años el embalse de Melonares adorna el paisaje de este rincón de la Sierra Norte de Sevilla.

La cuesta de Los Melonares, ubicada en el Parque Natural de la Sierra Norte de Sevilla a unos 50 km. de la capital, es, quizás, la más conocida entre los cicloturistas de Sevilla por ser la ascensión de cierta entidad más cercana a la urbe. Escenario de múltiples “gestas”, suele incluirse en el calendario de todos los clubes de la capital un par de veces al año como mínimo y sus rampas han sido mudo escenario de algunas de las más gloriosas “batallas” dominicales.

Puente sobre el río Viar, punto inicial del ascenso.

Desde que tomamos el cruce procedentes de la A-432, notaremos un cambio brusco de asfalto -rugoso, bacheado y, en verano, incluso derretido- y, así mismo, nos vemos completamente inmersos en el paisaje propio de la zona, la dehesa y el monte bajo, aunque el cultivo de frutales, sobre todo de cítricos, ha ido ganando terreno en la zona cercana al río. El trazado es sinuoso y rompepiernas hasta llegar, tras un leve descenso, al puente sobre el río Viar.

En las primeras estribaciones un cartel nos anuncia el nombre del puerto.

Una vez cruzado el puente, comienza la ascensión que, durante casi 5 km., irá remontando un precioso valle. Un cartel con el 7 % nos avisa de lo que nos espera en todo el trayecto, pues, como se puede apreciar en el perfil, la pendiente es muy uniforme, aunque el tramo final resulta algo más llevadero. A unos cientos de metros del comienzo, a la izquierda y justo en una de las rampas más duras de la ascensión, hay una hacienda custodiada por varios canes que, en cuanto nos vean, saldrán a recibirnos poco amistosamente: ¡cuidado!, no serías el primer ciclista al que muerden.

Asfalto rugoso desde hace décadas, una de las principales características de este puerto.

Si hemos pasado el primer escollo canino, sólo nos queda mantener el ritmo que mejor se adapte a nuestras condiciones y coronar será una simple cuestión de tiempo. Si nos lo tomamos con tranquilidad, siempre nos podremos deleitar con el entorno respirando las fragancias de las distintas plantas aromáticas que pueblan el monte tales como la lavanda, el tomillo o el romero y, con un poco de suerte, nos cruzaremos con alguna perdiz huidiza o con alguna liebre curiosa. El tramo final de la ascensión presenta, por desgracia, los estigmas del fuego que antaño asolaran esa bella parte del monte.

No se puede subir esta cuesta sin echar algún vistazo hacia atrás.

Sin albergar rampas inhumanas, esta subida requiere de un buen estado de forma para doblegarla, sobre todo si hemos iniciado la ruta en la capital, pues el estado de la carretera y los kilómetros previos provocarán en nuestras piernas un desgaste que nos hará pagar caro la osadía de intentar ascenderla sin las condiciones físicas adecuadas y, aunque la cuesta no pueda con nosotros, nos hará maldecir pedalada a pedalada –en compañía del canto de la chicharra- el momento en que decidimos ir a retarnos en sus rampas.

La cima está perfectamente marcada merced a las distintas pruebas ciclistas que incluyen el ascenso en su recorrido.

Una vez coronada –el último repecho vuelve a agarrarse bien- y tras un breve descenso, aún nos quedan una decena de kilómetros en eterno falso llano ascendente hasta llegar a Castilblanco, donde alcanzaremos el tan merecido descanso y el no menos ansiado refrigerio.

GALERÍA FOTOGRÁFICA.

Mapa:

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