Estado del firme:***
Dureza:*****
Volumen de tráfico:**
Consejos y sugerencias: largo, irregular, tremendamente duro. Se hacen necesarios una buena condición física, un desarrollo adecuado para los tramos más empinados y mucha paciencia. Por supuesto, imprescindibles unas monedas para el pertinente «repostaje» y la cámara de fotos.

Desde el mirador del Pico de las Nieves, observamos el Roque Nublo, uno de los mayores monumentos naturales y emblema de la isla. Abajo, a la derecha, el Roque Bentayga. Al fondo la isla de Tenerife con la cima del Teide descollante.
Uno de los pocos reductos donde aún podemos encontrar solaz en España, Las Islas Canarias, se presenta para el amante de la bicicleta como un lugar idílico por su inmejorable clima durante todo el año, por su excepcional orografía y, ni que decir tiene, por la amabilidad y afabilidad de sus gentes.
En esta ocasión nos vamos a desplazar a una de las principales islas del archipiélago, la de Gran Canaria, para realizar uno de los ascensos que mayor y mejor impresión nos ha dejado en nuestras andanzas cicloturistas: el Pico de las Nieves.
Su bien merecida fama le precede. Sin embargo nosotros, entre esa enrevesada maraña de carreteras que entretejen una suerte de compleja tela de araña por el centro de la isla, hemos escogido una variante de ascenso diferente a la conocida: la que parte desde el extremo suroccidental de la isla, en las inmediaciones de La Aldea.
El acceso a La Aldea, antiguamente conocida como La Aldea de San Nicolás por una ermita techada mediado el s. XIV en honor a San Nicolás de Tolentino, siempre ha sido complejo por vía trerrestre y, todavía hoy día, la localidad no está comunicada por autovía (aún en construcción), sino que es necesario tomar carretera de montaña desde Mogán, toda vez que la entrada por la fachada occidental de la isla ha sido clausurada por lo peligroso de la misma, mientras que por el interior -ya desde Artenara, ya desde San Bartolomé o Tejeda- la carretera es, si cabe, más estrecha y tortuosa.

Llegar a La Aldea nunca ha sido tarea sencilla. Nosotros exploraremos la carretera que se adentra desde allí hacia el corazón de la isla. Al fondo el mar de plásticos que rodea esta aislada población.
Este aislamiento dentro de la propia isla que sufre La Aldea lo vamos a notar también nosotros en la ausencia de vehículos que perturben la tranquilidad de nuestra ruta, ruta que precisamente va a remontar el más complejo de los accesos a La Aldea, la conocida como carretera de los embalses.
Observamos desde la costa hacia el interior cómo elevados montes se ciñen concediendo una breve angostura por donde la carretera -intuimos- se va a adentrar. Las laderas menos pendientes han sido aprovechadas para el cultivo de tomate, bien protegido por el plástico de los invernaderos.

Tras los últimos invernaderos, la carretera se adentra entre profundos barrancos. Durante los primeros kilómetros el constante sube y baja será la tónica predominante.
Saliendo de La Aldea, la carretera se estrecha e incluso superamos a las bravas un vado inundable en que el asfalto desaparece puntualmente. Pronto abandonaremos las últimas barriadas y el llano para introducirnos de pleno en faena: un puente cruza la rambla y nos sitúa en la margen derecha del barranco. Un primer tramo muy irregular da comienzo aquí y no nos abandonará hasta las inmediaciones de la Presa del Parralillo, hasta donde nos separan ocho kilómetros de toboganes entre elevadas paredes de rojiza roca volcánica.
Varias zonas llaman nuestra atención en esta primera parte del trayecto: la subida a la Presa del Caidero de la Niña, en cuyo inicio decidimos comenzar el puerto, por aquello de no dejar fuera de la altimetría un kilómetro completo a más del 10%, además de porque el enlazado de curvas de herradura -uno de los múltiples de que disfrutaremos- es de quitar el hipo (el curioso nombre de la presa, según leyenda popular, viene del emplazamiento exacto en que una joven pastorcilla falleció despeñada). Después del durísimo repecho, se sigue un tramo incómodo en que ni el más experto de los ciclistas atinaría con el desarrollo adecuado antes de, sin darse cuenta, volver a verse inmerso en un largo descenso y vuelta a empezar: por más que el porcentaje medio diga lo contrario, siempre encontraremos algún sector en que se nos acelere el pulso.

Camino de la presa del Parralillo la carretera busca salida entre profundos y angostos barrancos. Al fondo, muy lejano, se atisba El Toscón sobre un cerro junto al Risco Palmés.
La carretera continúa serpenteando por barrancos, con su trazado a la vista rasgando las verticales paredes de piedra que nos cortan el paso y que, de forma puntual, se van a abrir dejando visible parcialmente el paisaje interior de la isla. Así, más tarde, si ponemos ojo, atisbaremos alta y lejana la aldea del Toscón, con lo que semeja una ermita en la punta de la roca… Parece imposible que hayamos de pasar por allí en pocos kilómetros. También, cerrando el paisaje tras las zetas que traza la carretera camino de la Presa del Parralillo, descuella por primera vez el Roque de Bentayga. Su mole rocosa, verdaderamente imponente, nos evoca por vez primera la certera expresión de «tempestad petrificada» con que el escritor Miguel de Unamuno describiera la isla.

La carretera traza varias zetas para ascender junto a la Presa del Parralillo. Al fondo domina el entorno el Roque de Bentayga.
Salimos del segundo grupo de curvas enlazadas y el barranco se abre a ambos lados cerrado por el Bentayga en su parte posterior y con las aguas del embalse -cuando las hay- a nuestra izquierda. También a nuestra izquierda, trepando por la ladera, vemos una carretera. Mas no se trata de la que habremos de seguir nosotros, sino de la que continúa hasta Artenara por Acusa, rozando entre medias el Pinar de Tamadaba. En realidad, la carretera que habremos de tomar nos la tapa la propia ladera de la montaña por la que ascendemos de forma más o menos rectilínea, aunque en breve la vamos a descubrir: justo cuando un descansillo parecía querer darnos tregua y nos disponíamos a atravesar un túnel que horada rudamente la carretera, que continúa recta, nos vamos a encontrar de bruces a nuestra derecha con el cruce hacia El Carrizal (no confundir con Carrizal, en el lado oriental de la isla, por donde sube la más afamada de las vertientes del Pico de las Nieves).

Una orgía de herraduras se enlazan ladera arriba abruptamente cuando tomamos el cruce de El Carrizal… La pendiente se dispara muy por encima del 10%.
Sin mediar tregua la carretera se empina abrupta y comienza a trazar curvas de herradura sin conceder respiro hasta coronar la Degollada Chiquita… Y el primer kilómetro es de los que dejan huella, con puntas constantes a más del 20%, por un asfalto de ésos que agarran y un entorno que, rato ha, nos tiene atrapados.
Con más de 12 km. a casi el 9%, nos encontramos ya inmersos en uno de los tramos más duros de todo el territorio nacional, con el agravante de que ya hemos subido varios tramos duros y, una vez superado éste, habremos de seguir subiendo aún más… Sin embargo, vamos a encontrarnos con varios descansillos, incluido algún descenso, lo que nos ofrece también una segunda lectura poco halagüeña: la pendiente media se ve desvirtuada por ellos, de modo que el puerto es más fiero aún de lo que podría parecer a tenor de sus «números redondos».
Con la vista distraída -cuando la cuesta lo permite- en un entorno de profundos barrancos y roquedos seguimos nuestra andadura hacia El Carrizal. Tras sudar de lo lindo en el repecho de la Degollada Honda, donde un grupúsculo de casas se anticipa a la población principal, se muestra por fin, a nuestra derecha el caserío, de blanco impoluto, entre ralas palmeras y el colorido matorral con que la privamera adorna estos parajes.

La carretera ofrece algo de respiro, aunque sea meramente circunstancial. Aprovechamos para recuperar fuerzas y distraer la mente ante la grandeza del entorno.
No llegamos más que a rozar las primeras viviendas del pueblo, famoso por su artesanía, cuando una herradura a derechas nos sustrae súbitamente de él y las rampas, a fuerza de retorcer curvas, redoblan su ímpetu para volver a exigirnos el máximo esfuerzo. Hermoso a la par que duro, este trecho va a encontrar continuidad durante algo más de tres kilómetros sin apenas pausa. De nuevo, varias herraduras al inicio y un grupo más nutrido poco después darán vistosidad casi ininterrumpidamente a un trazado que, por si ya fuera poco, cuenta además con un grandioso paisaje, sobre todo cuando la carretera consigue desembarazarse de la hondonada en que se introduce al poco de abandonar El Carrizal.

A base de fuertes pendientes nos alejamos de El Carrizal y seguimos ganando altura sobre las profundidades del barranco.
Tras un corto tramo de cemento, varias curvas nos dejan en disposición de atisbar allá, al fondo del barranco, junto a la costa, tras las angulosas cumbres isleñas, La Aldea, rodeada por su mar de plásticos. Y, al cabo, el otro mar, el verdadero: el océano. Y, aún más allá, en lontananza, el Teide emergiendo gigante del intenso azul del Atlántico infinito.
El Toscón nos recibe a su manera: con el Risco Palmés, un «pequeño» roque que se opone a una roca aún más imponente, si cabe, donde se ubica lo que a simple vista en la distancia parecía una ermita y luego resultará ser un pequeño campanario con un altar y una cruz. Sólo más tarde, aparecen aledañas las viviendas… O quizás nosotros reparamos tarde en su presencia.
El paso por la curva junto al mencionado campanario es otro de los momentos álgidos de nuestro viaje… Nos sentimos plenamente embriagados ya por ese halo mágico que desprende cada piedra de cada rincón que transitamos.
Poniendo a prueba en todo momento nuestra entereza física y, principalmente, nuestra fortaleza mental, lo que en su inicio no era más que el ascenso a un puerto de montaña, se ha convertido desde hace un rato en un reto personal que raya más cercano a la aventura que a la mera experiencia deportiva.

Ermita a la salida de la población. Luego nos encontraremos con algunas casas cueva en la ladera junto a la carretera.
Al salir de El Toscón, nos vemos sorprendidos por la presencia de varias casas cueva y por la presencia, a la par, de un alivio tan breve como inesperado en la cuesta poco antes del último escollo que nos resta para concluir el mortífero trayecto de 12,21 km. al 8,8%. La Degollada del Humo no queda ya lejos y allí termina esta primera parte del calvario… Una vez en este collado o, en todo caso, poco después en Ayacata calibraremos nuestras posibilidades de ganar más tarde la cumbre del Pico de las Nieves.
Entre tanto, nos solazamos con echar la mirada atrás y, vistazo a vistazo, encontramos mayor placer en este gesto: la panorámica nos resulta cada vez mayor regalo e incluso remedio eficaz, aunque efímero, para el constante padecer de nuestras maltrechas espaldas. Precioso también el curveo que traza la carretera vista desde poco antes de la degollada, paisaje que se supera a sí mismo, si ello es posible, almendros en flor.

Coronando la Degollada del Humo, superado uno de los tramos más duros que se pueden transitar en bici de carretera dentro del territorio nacional. Al fondo, entre rocas, La Degollada de la Hoya de la Vieja.
Tras una curva cerrada, ya estamos. Si lo que veíamos nos era grato, no podemos decir lo contrario de lo que se abre ahora antre nuestros ojos: la carretera desciende con premura para volver a subir al punto enlazando con la que procede de Tejeda. A la derecha continúa el ascenso hasta perderse tras un collado: La Degollada de la Hoya de la Vieja. En el mismo collado viene a nacer una roca con forma de rostro humano, boquiabierto, que parece intentar erguirse como apartándose de la montaña de la que forma parte. Ignoramos si este peculiar peñasco figurado se identifica con la «vieja» que confiere nombre al lugar, pero en cualquier caso a nosotros nos evoca con cierta nostalgia nuestra antequerana Peña de los Enamorados y, de seguido, nos recorre bajo la piel un sutil escalofrío desbordados como estamos por la magnificencia del lugar.
El descenso es bien recibido y el consiguiente ascenso hasta la Hoya de la Vieja, no demasiado exigente. Desde el alto toca dejarse caer nuevamente hasta Ayacata, punto de especial interés para nuestra aventura. A la entrada de esta pequeña localidad, apenas un conjunto de casas dispersas, vamos a encontrarnos con varios restaurantes donde repostar alimento sólido y líquido. La parada es, pues, recomendable y necesaria. Y el lugar muy concurrido por ciclistas cuya mayoría, curiosamente, resulta ser foránea, y por escaladores, que encuentran en lo vertical de las paredes un lugar ideal para la práctica de su deporte.
Tras el reponedor refrigerio, logramos autoengañarnos a fin de reemprender camino hacia la cumbre. Para ello seguimos en dirección al Roque Nublo por una carretera más ancha, aunque -y ya no es sorpresa- muy exigente. Varias curvas adornan el tramo inicial y un par de ellas más, algo distantes, el kilómetro final de los poco más de tres que nos llevan hasta el inicio del sendero del mencionado roque, el más famoso de todos los de la isla y situado prácticamente en el centro de la misma, de tal prominencia en su paisaje que le confiere su nombre al espacio natural protegido de mayor tamaño e importancia de Gran Canaria.

El pinar se ha ido apoderando de la montaña hasta imponer su presencia en la cumbre del antiguo volcán.
Desde más abajo, ya habíamos tenido ocasión de verlo. Ahora, una vez llegados al aparcamiento habilitado para los excursionistas, estamos muy cerca, tanto que visualmente no debe de haber mucha distancia, poco más de un kilómetro a lo sumo. No es difícil comprender al contemplarlas cómo estas ingentes rocas, formadas, erosionadas o depositadas caprichosamente por la ira de la naturaleza, adquirieron para los aborígenes –suponemos que desconocedores de la verdadera causa de su ser- un sentido mágico e incluso divino.
Ya sea por la recuperadora pausa de Ayacata, ya porque las dentelladas de la cuesta, con ser profundas, no alcanzan a desgarrar nuestra musculatura, ya porque tras estos tres fatigosos kilómetros se viene un largo impasse de cómodo trayecto, un vigoroso ánimo se apodera de nuestro espíritu y los pedales vuelven a girar, después de largas horas, con ligera cadencia.
Al llegar al sendero del Roque, la pendiente volverá a dar tregua. Encaramos uno de los trámos más agradables de la subida camino de los Llanos de la Pez.
El pino, que venía ocupando cada vez con mayor protagonismo el ascenso hasta el sendero del Roque, acaba por hacerse amo y señor de estos parajes mientras que damos a parar con nuestra flaca en el área recreativa de los Llanos de la Pez, donde existen istalaciones para la acampada, barbacoas, un chiringuito e incluso una fuente, bien escaso en la isla este último. Más tarde, ya en casa, descubrimos que el pinar actual es fruto de una reforestación mediado el pasado siglo y que cientos de años antes la arboleda original fue talada para el carbón y la pez que se le untaba a las embarcaciones con la finalidad protegerlas del salitre y del agua. El topónimo parece, nuevamente, estar relacionado con la realidad. En este caso, con la de la historia de la isla.
Pasada la extensa área recreativa seguimos por la ruta de Las Cumbres buscando el cruce de Cruz de Tejeda y Vega de San Mateo. La tentación de dejarnos caer hacia Tejeda, Artenara y, desde allí, bajar hasta La Aldea por Acusa es francamente muy grande. El puerto se encuentra en este cruce fuera de toda categoría puntuable y a más de 1700 m. de altitud y ello sin considerar el verdadero desnivel acumulado.

Doble encrucijada. Venimos desde la derecha de la imagen y debemos seguir hacia el frente de la misma. A la izquierda queda el cruce que baja hacia Vega de San Mateo mientras que a nuestra espalda queda la carretera que baja a Cruz de Tejeda.
No obstante, saber que la carretera aún sigue subiendo y que estamos realmente cerca de alcanzar el techo de la isla aguijonea nuestro espíritu, menos maltrecho que aventurero y, siempre que las circunstancias se presten mínimamente, dado a la búsqueda de la epicidad.

Seguimos en pos del techo de la isla. La carretera no ayuda (o no ayudaba, porque ha sido arreglada en esta parte final).
Las peores rampas han pasado, pero no de largo, pues que buena mella han dejado en nuestras piernas. Es por ello que la fatiga vuelve a hacer acto de presencia. Y es que entre la frecuente aspereza del asfalto grancanario, lija de carpintero, entre el redoblado número de baches que afloran, como por generación espontánea, durante un par de kilómetros que apenas alcanzan el seis y el siete por cien de gradiente, la sensación de que no avanzamos será enorme, casi tanto como nuestro deseo de ganar la cima.

Cruce a Telde, a poco menos de dos km. de la cima, donde encontramos el puerto de paso más alto de la isla, a más de 1850 m. de altitud.
Y este deseo se va a ver por fin cercano a cumplirse al llegar al cruce de Telde, punto en que se encuentra el puerto de paso más elevado de la isla por encima de 1.850 m. de altitud. Sin escatimar un gramo de energía, plenos de moral, daremos las últimas pedaladas camino de los Pozos de la Nieve (actualmente hay alguno restaurado junto a la carretera) que desde finales del s. XVII prestaron servicio durante años y camino del radar militar del Escuadrón de Vigilancia Aérea (E.V.A.) nº 21, cuya esfera de color verde camuflaje es perfectamente visible desde muchos puntos de la isla, incluso desde la capital de Las Palmas. Nosotros habíamos reparado en ella desde el aparcamiento junto al sendero del Roque Nublo, aunque sin prestarle demasiada atención a su presencia.
Obviamos el cruce del acuartelamiento y el que conduce hasta el Pico de la Gorra, al norte de la cumbre del viejo volcán, para concluir nuestra andadura al pie mismo del radar, donde la carretera muere en forma de mirador (o de breve aparcamiento para acceder a pie al verdadero mirador), quizás el más soberbio de toda la isla por la amplitud de su panorámica.
Hacia el occidente las vistas de la caldera de Tejeda con los roques y del Atlántico hasta el Teide son imponentes. Hacia el sur la sorprendente duna de Maspalomas al final de profundísimos acantilados llamará poderosamente nuestra atención. La isla toda, en definitiva, se arroja enorme desde nuestros pies hacia el océano como una profunda secuencia de vértices y acantilados.
Mapa:
GALERÍA FOTOGRÁFICA:
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Categorías:Altimetrías, Puertos de Montaña