Estado del firme:****/*
Dureza:*****
Volumen de tráfico:*
Consejos y sugerencias: con los materiales modernos, si no usamos bicicleta gravel, lo más recomendable es montar unas cubiertas de mucho balón a no demasiada presión para transitar lo más cómodamente posible por la pista de tierra. No hacen falta desarrollos especiales, aunque también es recomendable ir holgado, ya que cuando un puerto es largo -y se hace aún más largo- al final acabamos tirando de coronas grandes. Por lo demás, llenar los bidones de agua abajo y precaución en el descenso. A gozarlo.
Puertos los hay de muchas características, aunque básicamente los podríamos reducir de una manera sencilla a dos tipos: los duros y los muy duros. Pues bien, el Pico Almadén habría que clasificarlo en una categoría siguiente, superior, tal vez ésa a la que nuestros vecinos franceses denominan hors categorie y nosotros categoría especial. Y es que el Almadén tiene una particularidad que lo diferencia de otros aparentemente similares, un “puntito asesino” que te mortifica a medida en que vas devorando (si es que no te devoran ellas a ti) sus rampas, aunque finalmente no te lleguen a doblegar por completo: la tierra.

Puertos con pista de tierra habrá una multitud a lo largo y ancho de la piel de toro, pero híbridos de asfalto y tierra transitable con ruedas finas y, además, con las características de este Pico Almadén no creemos que tantos (bien es verdad que las cubiertas de 28/30/32 dan hoy día más facilidades que cuando nosotros estuvimos por allí).
Y es que 28 km. de subida –casi la mitad de tierra- y algunos por encima del 10%, rampas de hasta el 15%, más de 1.500 m. de desnivel acumulado y 2.038 m. de altitud son datos a tomar en consideración, si no queremos que el “puntito asesino” del que hablábamos nos obligue a hincar la rodilla bajo la base de sus antenas.

El inicio del puerto, la verdad, es poco halagüeño: la carretera asciende hasta el pueblo por el omnipresente olivar jiennense. Sin rampas que reseñar, lo único notable es el volumen de tráfico que habremos de padecer, ya que Mancha Real es uno de los municipios más prósperos de Andalucía, contando no sólo con una evidente industria oleícola, sino también con una maderera, otra de maquinaria e incluso otra relacionada con el incipiente mundo de la informática, por lo que el trajín de coches está asegurado.
Por suerte a la entrada del pueblo nos desviaremos en un cruce perfectamente señalizado en que se nos indica “Peña del Águila” y “Sierra Mágina” -no existe pérdida- desde donde nos olvidamos del trasiego de vehículos. Bastará con seguir lo más recto posible.
Tras un corto descenso, ya entre casas, retomamos el ascenso por las callejuelas del pueblo, por el que pasamos de soslayo, atravesando un parque en línea recta. Alguna rotonda con varias salidas puede dar lugar a equivocación por lo que es recomendable estudiar bien el itinerario si no queremos hacer kilómetros de más inútilmente.
Poco a poco la pendiente se va incrementando y cuando salimos del pueblo se ha situado por encima del 7% sin visos de que pueda bajar. Abandonamos las últimas casas para adentrarnos en un pinar, pinar que termina por ser nuestro único compañero a partir de una bifurcación de la carretera en que debemos seguir rectos ignorando el carril que nace a nuestra izquierda.
A estas alturas hemos completado el séptimo kilómetro de ascenso y para entonces las rampas ya se habrán instalado en el doble dígito, porcentajes que van a ser frecuentes y constantes durante cuatro durísimos kilómetros.
A la derecha un cartel nos indica que nos hallamos en el monte “Peña del Águila” y nos informa sobre la repoblación del lugar. Precisamente con el nombre de Peña del Águila es conocida esta subida inicial que nosotros hemos preferido denominar como “Mojón Blanco” por ser el cerro más próximo a la cima. Este paraje, además, está catalogado como Zona de Especial Conservación y se postula como candidato a formar parte de la futura ampliación del Parque Natural por el que transitaremos en cotas más altas.
La vegetación, a la que nos referiremos detalladamente más abajo, nos envuelve por completo disipando, así, de un plumazo esas primeras sensaciones pesimistas que nos había transmitido la subida en su fase inicial.
En plena faena, con rampas del 14-15%, pasamos junto a un camino que nace a nuestra izquierda y que nos lleva a la denominada Cueva de los Murciélagos, una importante oquedad que es posible visitar a pie.
Pronto trazaremos una de las pocas herraduras del puerto, a izquierdas, que nos permitirá unas magníficas vistas sobre el pueblo cuando la vegetación ralee. De hecho, poco después de un área recreativa y una fuente, nos vamos a encontrar un magnífico mirador desde donde podemos divisar el característico paisaje de lomas y olivos con pueblos encaramados y, por supuesto, Mancha Real en primer término.
Es precisamente este último, que hemos atravesado de pasada, el que nos llama poderosamente la atención, ya que podemos observar la recta disposición de sus calles, como si hubieran sido trazadas por escuadra y cartabón. Pues bien, la explicación es bien sencilla: aunque los hallazgos en el término municipal datan la presencia humana entre los quinto y cuarto milenios, la fundación de la ciudad con el nombre de La Manchuela no se fecha hasta la época de Carlos V (1537) dentro del proceso de repoblación tras la Reconquista, convirtiéndose en villa más tarde allá por 1573 por orden de Felipe II. El perfecto trazado de sus calles se corresponde milimétricamente con el código de urbanismo y ordenación territorial dispuesto por el rey, una réplica del antiguo trazado ortogonal o hipodámico donde los principales edificios (ayuntamiento, iglesia parroquial, etc.) ocupan el centro de la villa y un par de calles principales –de suma importancia comercial, por supuesto- se cortan perpendicularmente dividiéndola en cuatro partes al más puro estilo de los campamentos militares romanos. No hay nada mejor que una visión cenital para reparar en tales aspectos urbanísticos.
Sin embargo, nos ocupan empresas de mayor envergadura, por lo menos en lo meramente ciclístico, así que, después del mirador antes referido en que la pendiente menguaba por unos instantes, nos disponemos a atravesar el tramo de mayor dificultad del puerto. Se trata de prácticamente 1,5 km. en que la pendiente media arroja unas cifras cercanas al 12%. Aquí, aunque a nuestra derecha se nos ofrecen unas admirables panorámicas, difícilmente podremos separar la mirada del negro asfalto.
Pero todo es llegar a una nueva herradura –esta vez a izquierdas- y cambia la cosa. Poco antes habremos tenido oportunidad de ver el pueblo de Pegalajar y la carretera de las Siete Pilillas y, al llegar a la curva, la pendiente decrece hasta convertirse en un falso llano. La umbría propiciada por el pinar, eso sí, no se reduce un ápice. Ahora atravesamos verdaderamente la Peña del Águila y, de hecho, una pista a izquierda nos lo indica. Aunque es de suponer que se refiere a un mirador con ese nombre que regala vistas hacia la Loma y toda la Campiña. Precisamente en este punto concluyó una etapa de la Vuelta Ciclista a Andalucía 2017 con victoria para el francés Thibaut Pinot por delante de Alberto Contador en la que fue la puesta de largo de este ascenso para el ciclismo profesional.
El descansillo se consuma en un corto descenso que da paso a los dos últimos kilómetros de puerto asfaltado. Un vasto pinar tañe la nota predominante del concierto de largas rectas de subida hasta el Mojón Blanco. Y aún precisaremos de interpretar acordes al 7% de media en nuestra particular sinfonía de pedaladas.
Acabado el asfalto, comienza la aventura: las imponentes moles de la Sierra Mágina, Magna para los romanos, aguijonean nuestra osadía: audentis Fortuna iuuat será nuestro lema desde este momento, con la seguridad de que este atrevimiento nuestro se verá recompensado.
La pista no es precisamente una alfombra de color púrpura, pero sí que nos permite transitar sin problemas, ya sea por la rodadura de los coches, ya por los laterales donde la presencia de las molestas piedrecillas se atenúa. El tramo inicial, al ser en bajada, lo recibimos con cierto agrado, encontrándonos pronto frente por frente con las antenas del Almadén, aún distantes.
Los repetidores son uno de esos denominados males necesarios para la sociedad moderna. Su presencia en la sierra distorsiona por completo la imagen que un Parque Natural debe ofrecer al visitante. En cambio, hay que notar que su ubicación en el Almadén no es baladí y, ni mucho menos, reciente, por no decir que a estos apéndices metálicos le debemos la construcción y mantenimiento de la pista. Os lo contamos: al parecer, como la cobertura televisiva en la provincia durante los años sesenta no era demasiado buena, el gobierno aprobó la instalación de una antena de gran potencia en la cima del Almadén (nótese que esta montaña, además de ser una de las más altas de la provincia, se encuentra situada en un punto céntrico de la misma), precisándose para ello, como es natural, de una pista de acceso.

Se aprovecharon y adecuaron un par de ellas ya existentes (una es por la que estamos transitando nosotros) y se trazó de nuevas el tramo final hasta la cumbre, cuya inauguración se fecha el 7 de noviembre de 1969, hace ya más de 50 años. Las obras comenzaron el 1 de junio de ese año y concluyeron el día 31 de octubre del mismo. El acceso era bastante peliagudo y para la ejecución de la obra hubo que dinamitar debido a la especial solidez del terreno.
Aún en descenso, podemos ver el trazado zigzagueante de la carretera en las faldas del pico y, sobre todo, el cambio de vegetación que se ha producido en el entorno y el que se produce en su propia ladera, como un corte transversal en la montaña. Precisamente ésta es otra de las peculiaridades de la subida que estamos afrontando, los denominados “pisos de vegetación”, de manera que ésta se distribuye según la altitud ocupando cada comunidad vegetal las zonas que le son más propicias conforme a las condiciones del clima y de la tierra.
Así, habíamos comenzado la subida en el denominado piso mesomediterráneo donde se dan temperaturas elevadas y la vegetación natural está formada por encinas y pino carrasco acompañados de romero, coscoja y cornicabra. Sin embargo, los cultivos, principalmente el olivar, le han ganado terreno, como hemos podido observar. A mayor altitud, donde las temperaturas invernales se recrudecen, encontramos el piso supramediterráneo, ocupado por un bosque de encinas, quejigos y arce de Montpellier, entremezclado con matorrales y pastos. Aquí es donde nos vamos a introducir en breve, aunque notaremos en el tramo de descenso que en un principio predomina la zona de pastoreo. Más arriba, desde los 1.700-1.750 m. de altitud hasta la cumbre, nos introduciremos en el piso oromediterráneo. Ésta es la línea perfectamente visible en la ladera de la montaña en que la arboleda desaparece y a partir de la cual sólo sobreviven los matorrales: sabinas, enebros, piornos, gramíneas… Un tipo de vegetación capaz de adaptarse a las duras condiciones climáticas de la zona (frío y nieve en invierno, sequía y altas temperaturas en verano).

Después de algo más de tres kilómetros favorables, el paso por una barrera canadiense (la segunda de un total de ocho) da inicio a los 10,4 km. finales de ascenso, cuya pendiente media se sitúa en el 7,3%. Esta pendiente es muy representativa de lo que es el tramo en sí, ya que las rampas pocas veces pasarán del 8% de máxima. Lo que notamos más, si cabe, que la cuesta en sí, es la pista, ya que no se trata del tipo de piso adecuado a las características de nuestra bici. Para que la rueda traccione bien nos vemos obligados a rodar sentados en todo momento cuidándonos, además, de evitar las piedrecillas sueltas y los posibles pinchazos.
También conviene estudiar bien la pista del Almadén, ya que algún cruce puede hacernos dudar y, aunque casi siempre están indicados, hay momentos en que escogemos uno u otro camino por pura intuición. Precisamente al concluir el km. 20 alcanzamos un cruce en el que debemos seguir de frente, donde existe una barrera (normalmente abierta), ya que hacia la izquierda el camino nos conduciría a Torres.
Atravesamos el bosque mixto a que nos referíamos arriba y tan pronto nuestra mirada se topa con unos riscos bastante imponentes como vemos la carretera dibujando una zeta en la ladera allá en lo alto. No será raro que alguna cabra montés o algún ciervo se cruce en nuestro camino huyendo del traqueteo de nuestras bicicletas.
Los kilómetros se hacen largos, tal vez porque la pista nos impide avanzar más rápido, pero cuando hemos ganado altura las vistas son inmejorables: nos rodean cerros de cierta altitud: el Aznatín de Albánchez y el Monteagudo de más de 1.700 y 1.600 m. respectivamente y entre los cuales se cuela, serpenteando, la carretera del puerto de Albanchez.

Al pie del Aznatín se asienta el pintoresco pueblo de Torres, que con sus casas enjalbegadas destaca en primer término. Por encima de los 2.000 m. de altitud despunta el cerro Cárceles, separado del pico Almadén por un collado natural que es mediado por el puerto de la Mata a más de 1.650 m. Detrás, se impone la ingente mole kárstica del cerro Mágina, que con sus 2.164 m. de altitud se yergue como el techo de la provincia y confiere su nombre a estas sierras.

Llegados a la zona de las zetas, con el pelaje de la montaña afeitado, rodando por las largas rectas entre herraduras, nada nos impedirá contemplar a rapaces como el águila real azorando, a buen seguro, a algún pequeño mamífero de los que habitan el Parque.
Nos acercamos a las antenas, pero antes de coronar la carretera rodea el cerro a modo de espiral, regalándonos unas panorámicas excepcionales de 360º en derredor. En días claros la vista se pierde hacia Sierra Nevada o Sierra Morena por citar puntos cardinales opuestos.
Cuidado especial debemos tener con alguna barrera canadiense, ya que podría provocarnos una avería o, aún peor, una caída. Además, como es lógico, la pista está más deteriorada en la parte final, por lo que cualquier precaución por nuestra parte será poca.
Ya en la cima, junto al segundo grupo de antenas, durante un buen lapso nos concedemos el placer de asomamos a una y otra vertiente para contemplar cuán minúsculos parecen los pueblecillos en las lomas, llanos y laderas de los montes cercanos: cuando uno se encarama a los hombros de un gigante, el mundo allá abajo le parece un poco menos grande.

GALERÍA FOTOGRÁFICA.


























































































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